El 'joglar' del jubilado
Albert Boadella cumple en 2011 cincuenta años al frente de Els Joglars. Aunque del equipo inicial no quede nadie más, hay actores que llevan siete lustros a su lado: es hora de celebrar su fidelidad, y el éxito de la marca. Su compañía ha puesto en escena parodias valientes, y hagiografías, menos interesantes, pero sus espectáculos siempre han tenido cariz político, muy marcado a veces. En un par de ellos, Jordi Pujol aparecía como un Ubú contemporáneo. En otro, se presentaba el culto al deporte como un nuevo totalitarismo. En Columbi lapsus la teoría de que el papa Juan Pablo I fue asesinado por gente de su entorno cobraba cuerpo dramático. En Teledeum, en fin, Boadella se vengaba justamente de las zancadillas de la Iglesia católica.
OMENA-G
Dramaturgia, espacio escénico y dirección: Albert Boadella. Intérpretes: Jesús Agelet, Jordi Costa, Ramon Fontserè, Minnie Marx, Lluìs Olivé, Pilar Sáenz, xavi Sais y Dolors Tuneu. Luz: Bernat Jansá, Vestuario: Dolors Caminal; Escenografia: Juan Sánz y Miguel Ángel Coso. Teatros del Canal.
Hasta el 4 de abril.
Se echa de menos un tema exógeno que le dé calado al montaje
Omena-G es un espectáculo más amable, donde la política aparece sólo a ratos y la Iglesia en ningún momento, porque de lo que se trata es de hacerse un homenaje autocomplaciente, sin molestar a la parte contratante: Els Joglars se imaginan a sí mismos en 2036, celebrando sus hipotéticas bodas de platino, achacosísimos, haciendo gimnasia y excursiones culturales, peleándose por los sitios mejores en el salón del televisor de un albergue paupérrimo porque, dicen, Zapatero malgastó el dinero de nuestras pensiones.
Boadella orquesta su parodia geriátrica con momentos de gracia: sus intérpretes, maestros en el arte de la pantomima, están en una forma envidiable y bordan la composición física de los ancianos que un día serán. Pilar Sáenz siempre me ha parecido un crack, Jesús Agelet, Minnie Marx y Jordi Costa son excelentes actores de carácter; Lluís Olivé crea estupendamente un tipo alejadísimo de él, y de Ramon Fontseré ya se han vertido elogios en este periódico tantas veces que no hace falta repetirlos. Lástima que esta vez no estén al servicio de una idea suficientemente elaborada.
En Omena-G, Boadella hace buen uso de la imagen grabada, lo coreografía todo con precisión y utiliza a una pareja de actores presentadores que cumple la misma función que tenía el par de azafatas científicas de M-7 Catalonia, espectáculo dónde, hace treinta años, imaginó a un grupo de viejecitos de la Cataluña del futuro para satirizar la contemporánea: ahí sonaba, más afinada, la música del autohomenaje de ahora.
Hay escenas que empiezan sin gracia y acaban teniéndola, otras que la pierden por el camino y algunas que nacen y mueren sin encontrarla, pero en casi todo momento se echa en falta un tema exógeno potente que le de calado al montaje. De vez en cuando, Boadella coloca un puyazo, siempre a su izquierda, o caricaturiza a personajes reales de la política, la prensa y el mundo del espectáculo que no le son simpáticos, para reavivar un interés declinante, como en esos artículos salpicados de nombres famosos en negrita para que el lector fatigado continúe su lectura. Siendo tan buen matador, al director de los Teatros del Canal cabe pedirle que en la próxima no vuelva a oficiar de banderillero y agarre el estoque, aunque coja el capote siempre con la derecha.
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