"Hace tiempo me tomé la libertad de abolir las fronteras"
Después de haber sido galardonado con varios premios, entre los que destacan el Vargas Llosa NH, el Dulce Chacón y el de la Real Academia Española por su sobrecogedor libro Los peces de la amargura, que aborda las consecuencias del terrorismo en Euskadi, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) vuelve a sus raíces con Viaje con Clara por Alemania, una deliciosa novela en donde se mezcla la comedia matrimonial con un divertido y accidentado viaje por tierras alemanas, en donde el escritor guipuzcoano reside con su familia desde hace 25 años. Es una crónica irónica y jocosa del país germano, y a través de los ojos del principal protagonista, quien no quiere ser escritor, pero paradójicamente se ve obligado a serlo.
"El odio carcome la estatura de los hombres. Si escribir me obligara a odiar a los que amo, no escribiría. Y viceversa, ojo"
"Desde joven padezco dos alergias. Una al polen de los abedules, otra a la palabra patria"
Escrita en clave de humor, el autor describe tanto los paisajes y lugares del gran país europeo como el carácter y las costumbres de sus ciudadanos a través de las vivencias de una pareja que recorre el norte del país tras encargarle a la mujer que confeccione una guía turística (personal) de la región. El autor, con ocasión de la presentación de su nuevo libro en Bilbao, explicó que la idea de hacer una novela sobre un viaje por Alemania es antigua y está relacionada con la circunstancia de que lleva muchos años viviendo allí y que nunca se había expresado en forma literaria sobre ese país, y, sobre todo, sobre su experiencia como ciudadano acogido en Alemania. Una obra, como define Aramburu, para el disfrute y la sonrisa, para leer sin prisa.
PREGUNTA. Volvemos al humor de sus obras anteriores como Fuegos con limón, Vida de un piojo llamado Matías, o El trompetista del Utopía, y ahora con la mirada irónica de una crónica de viajes por Alemania, protagonizada por una pareja (Ratón y Clara) que se comporta, en muchos sentidos, como un matrimonio veterano, en permanente "estado de guerra", pero lleno de amor, de bondad, aunque con jaquecas y ronquidos.
RESPUESTA. Permítame que emplee una metáfora para explicarme. Mi sencilla biografía se encierra dentro de dos valvas, formada cada una durante 25 años. La primera valva procede del País Vasco, cuya realidad social, tan cercana para mí, me inspiró un libro amargo, habitado por víctimas, agresores y otros vecinos. La segunda valva procede de Alemania, cuya realidad, igual de cercana para mí, me ha inspirado un libro salpicado de peripecias jocosas y conversaciones divertidas, dicho esto con la modestia que debería caracterizarme. En ambos casos el trabajo literario consistió en recoger los frutos que el paisaje humano me ofrecía. Insisto, he vivido la mitad de mi vida en el País Vasco y la otra mitad en Alemania. La primera me dio un libro triste y amargo, y la segunda éste, pero el autor es el mismo y evita repetirse.
P. Hace tiempo afirmaba: "A mí, en literatura, la gente feliz no me interesa", por eso, y fiel a este principio, en su nueva novela sus personajes son antihéroes, no son triunfadores, pero en su convivencia difícil y conflictiva protagonizan, casi siempre, momentos hilarantes.
R. La gente feliz no me interesa en literatura por la sencilla razón de que no sirve para personaje, a menos, claro está, que en la sucesión de los episodios pierda la felicidad o alcance ésta cerca del desenlace. Todo relato convoca figuras de ficción que generan acciones. Por tanto, dichas figuras deben estar afectadas por conflictos combinados con el impulso de resolverlos, o bien abrigar deseos unidos al afán de cumplirlos, mientras que una persona feliz vive en una quietud y equilibrio de muy escaso provecho narrativo. En fin, perdone esta lección intempestiva, pero es que a veces me dejo llevar por el entusiasmo.
P. Su personaje Ratón afirma que "si uno no calla, si no aguanta, no sirve para marido". Sin embargo, poco entusiasta de los monumentos históricos, de los museos y de las casas de escritores famosos, además de sibarita, de goloso y de muy "salido", Ratón puede mostrarse mucho más egoísta, burlón y cruel que su mujer.
R. Desde el principio me prohibí inducir a este personaje-narrador a cometer un solo acto de maldad a lo largo del libro, lo cual no quita para que a menudo se recree en pensamientos maliciosos, ni para que sierre los nervios de su mujer con mofas, provocaciones, discusiones y boicoteos varios. Pero más que todo eso lo define su coleccionismo de buenos momentos, de deleites de todo tipo, no necesariamente intensos, que en ocasiones requieren picardía, pero no maldad. A esto se une la circunstancia de que escribe para sí mismo, aunque también esa jugada le sale mal. Sea como fuere, no se le pasa por la cabeza poner freno a la sinceridad. De ahí que en su escrito haga acopio de debilidades, propias y ajenas. Él mismo desata su propia paradoja. Por nada del mundo quiere ser escritor y, sin embargo, escribe un libro y además sobre un viaje en el que participa con muy limitadas ganas. Celebraría que el resultado arrancase a los lectores alguna que otra sonrisa.
P. También cuenta usted que uno se pasa la vida callando por discreción, por cobardía y por diplomacia. ¿Por qué será?
R. No lo sé, no tuve tiempo de estudiar psicología, pero supongo que se trata de una estrategia que aporta ventajas, evita malos tragos y ahorra escarmientos.
P. ¿Y como a su personaje, el chocolate le endulza la vida al autor?
R. Para los que profesamos la convicción de que la existencia terrena no es un estado provisional del ser, sino todo cuanto hay, el chocolate y otras cosas sabrosas, eufónicas, suaves, aromáticas y bellas componen todo nuestro cielo.
P. Al comprobar los comportamientos de la familia de Clara, la tía Hildegard o la cuñada Gudrun, ¿cree que Ratón podría suscribir la famosa frase del dramaturgo francés Sacha Guitry, "famille je te hais" (familia te odio)?
R. Habría que preguntárselo a él. Hasta donde lo conozco, creo que comparte conmigo el rechazo sin restricciones hacia todas las formas del odio. Y si no tengo más remedio que odiar, prefiero odiar los cañones de un acorazado que a los miembros de mi familia. El odio carcome la estatura de los hombres, empezando por la de los que se empeñan en expresarse mediante frases más o menos ingeniosas. Si escribir me obligara a odiar a los que amo, entonces no escribiría. Y viceversa, ojo. Prefiero la mirada bondadosa, aunque no exenta de crítica.
P. El encuentro con algunos amigos ecologistas radicales, o la excursión con turistas a la isla de Rügen o al Cap Arkona son momentos hilarantes que traslucen una irónica crítica a la sociedad alemana moderna y antigua. ¿Salda alguna cuenta pendiente con su país de adopción, en donde reside desde hace más de veinte años?
R. Además del matrimonio y sus familiares que protagonizan la obra, en la novela aparecen también numerosos personajes, entre los cuales hay una familia de ecologistas radicales que llevan sus convicciones ecologistas al extremo y las practican tanto en sus hábitos de vida como en sus comidas. En Alemania el ecologismo ha calado tan hondo que el partido que inicialmente lo representaba, Los Verdes, se ha quedado sin ideología propia, puesto que la han asumido los demás partidos. En cuanto a la cuenta pendiente que yo tengo con Alemania, se salda con gratitud. Lo digo pensando en amigos y parientes, en paisajes, en la cerveza de trigo, en las innumerables variedades de pan, en el trato humano que se me ha dispensado como extranjero y en las facilidades que, a cambio de un esfuerzo de integración por mi parte, he recibido para hacer pie en el país. Esto no me impide ver sus defectos ni me cierra la boca para criticar lo que tiene de criticable y reírme de lo que tiene de risible. Hoy en Alemania conseguir un trato cordial o amistoso requiere más tiempo que en los países latinos. Para cuando uno logra finalmente tener un amigo alemán, tengo que reconocer que son ejemplo de sincera amistad.
P. Mario Onaindia decía que la patria es el lugar donde uno ha vivido en libertad. ¿Alemania puede ser su caso? Pío Baroja decía que se sentía más guipuzcoano que donostiarra. ¿Usted, después de tantos años de exilio voluntario, qué se siente?
R. Desde joven padezco dos alergias. Una al polen de los abedules, otra a la palabra patria. Hace tiempo que me tomé la libertad de abolir las fronteras nacionales entre seres humanos. Esas fronteras persisten, pero fuera de mí. Carezco de aptitudes para exaltarme cuando llega a mis oídos el "chunda chunda" de los himnos, con todo eso de la sangre, la unidad y la victoria. No acostumbro a besar suelos y antes que una bandera prefiero enarbolar las fotos de los amigos. Siento, eso sí, un apego sereno, una identificación agradecida, y a ratos nostálgica, por las formas culturales en que me crié, más en versión donostiarra que guipuzcoana; me gusta que mis paisanos triunfen en la vida (el ciclista tal, el cocinero) y no ignoro que la Alemania de ahora, culta, democrática y no demasiado armada, es un sitio muy a propósito para entregarse a actividades creativas y dormir sin sobresaltos.
P. En contradicción con cualquier guía turística, cree que su novela invita a recorrer esa parte de Alemania que describe. ¿Solo o acompañado?
R. He oído hablar español con la entonación fea de España (joé tío, de puta madre, llegao) en los lugares más insospechados de Alemania. Conque no soy el primero ni el último explorador ibérico por estos pagos. Los aborígenes germanos, cuando averiguan nuestra procedencia, nos reciben bien. Sonrientes, pero sin simplificarnos demasiado. No conocer Berlín se me figura una desgracia notable. No haber paseado en barco por el Elba, frente a Hamburgo, lo mismo. En fin, la pregunta me coloca en la posición del que hace publicidad gratuita para las agencias de viajes. Me limitaré a decir que la mitad de mi vida ha transcurrido en Alemania y todavía no he empezado a echarme de menos.
P. Viviendo en Lippstadt, al norte de Renania-Westfalia, a 90 kilómetros de Dortmund, ¿cómo es que usted es hincha del Werder Bremen y no del Borussia?
R. A decir verdad, soy hincha de un equipo formado por Kafka en la portería. Defensas: Valle-Inclán, Cervantes, Stevenson y Tolstói. En la media: Ibsen, Rulfo y Camus. Delanteros: Mercè Rodoreda, Landero y Billie Holiday. Tengo a otros por si alguno se me lesiona.
P. Evidentemente, todo escritor se inspira en sus vivencias y en su entorno. ¿Cuánto hay de autobiografía en su última obra?
R. Mucho y poco, y, en definitiva, nada, por cuanto ciertos episodios similares a otros que viví los endilgo a personajes de ficción. Los cuenta además un narrador ficticio y, para colmo, llegan al posible lector en forma de signos estampados en un artilugio de papel llamado libro. Pero sí, lo confieso, bebí aquellas cervezas, estornudé en aquel bosque. Mire, yo soy un hombre vulgar al que no le ocurren hechos literarios. Por compensar esas y otras carencias escribo. Además, es un gesto de gratitud a un país que me ha acogido, de donde es mi mujer, y está mi familia, mis amigos, y sin el que este libro no hubiera sido posible.
Viaje con Clara por Alemania . Fernando Aramburu. Tusquets. Barcelona, 2010. 472 páginas. 20 euros
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