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Reportaje:

"¿Por qué soy árbitro?"

La crisis económica hace crecer el número de colegiados, aunque, más allá del dinero, quienes se dedican al arbitraje lo ven como una vocación

Todos les culpan, todos les necesitan. Sin árbitros habría deporte, pero no competición, ni siquiera fútbol, el entorno que posiblemente más los desprecia, pero en el que su presencia es más imprescindible. Con todo, pocos chavales sueñan con el silbato y las tarjetas. Hace seis años soñaron las alarmas porque escaseaban las vocaciones. Y se tomó una decisión balsámica: cualquier futbolista federado podría compaginar el arbitraje sin herir susceptibilidades: un jugador de un equipo de Preferente puede pitar un partido de cadetes si su club no está por medio.

"Con 14 o 15 años era muy difícil que un chico dejara de jugar para ser árbitro, ahora ya no tienen por qué hacerlo y además se consigue incorporar a gente de fútbol", resume Xabier Rodríguez Campos. Él no tuvo dudas, con 13 años quiso vestirse de negro y ahora en la treintena ya es un veterano en los campos de la Tercera gallega. Además, es profesor de reglas de juego en la delegación coruñesa del Comité Técnico Gallego de Árbitros. "Quería ser futbolista, pero no daba..."

"Quiero ver el fútbol desde el otro lado", explica Jorge, de 14 años
Los derechos arbitrales permiten compatibilizar la tarea con el paro

Xabier habla del arbitraje y de los árbitros con la misma pasión que un aficionado puede hablar del Deportivo o del Celta. Sus clases de los jueves son una puesta en común a la que acuden cerca de 40 colegiados y donde brotan diferentes motivaciones para dedicarse al oficio. Predomina la gente joven, pero al final es el más novel el que resume el sentimiento de la mayoría. "Quiero ver el fútbol desde el otro lado", zanja Jorge, a punto de cumplir los 14, futbolista cadete del Orillamar, uno de los clubes señeros de A Coruña.

"Arbitrar hace madurar antes a las personas, se vuelven hombres cuatro o cinco años antes", anticipa Eduardo Rodríguez Martínez, responsable de los árbitros coruñeses. Antes de sentarse en el despacho pateó unos cuantos campos. Como guardameta se había labrado una cierta fama en las competiciones locales de Vigo, pero un conflicto con su equipo, que no le quería conceder la baja para fichar por otro, le incitó a coger el silbato. Eran otros tiempos. "Fue en 1978. Entonces la media de edad de los árbitros era mayor. Le pedí 5.000 pesetas a mi padre para comprar la equipación", recuerda.

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Ahora ya no es necesario. Al que empieza se le ofrece todo lo necesario para saltar al campo y se le pertrecha con una base de 15 clases teóricas. A José Manuel Cives la primera vez que le dejaron solo le mostraron además que el arbitraje era una cuestión de fe. "Fue en Queixas, en un partido de Tercera Regional. Me pegaron, sentí impotencia, pero tenía claro que la culpa no era mía y seguí". El jueves pasado estaba en primera fila en la clase de reglas de juego.

Al final resta la vocación, o casi más el compañerismo. Quizás por ser tan maltratados, los colegiados tienden a hacer piña. "Esto engancha, debería hacerse un estudio al respecto", sostiene Eduardo Rodríguez. "No tenemos aficionados que nos animen ni te vienen a dar palmaditas en la espalda, pero sí mucho amor propio", incide Rodríguez Campos, que tampoco pondera como un incentivo clave el dinero. "No es una actividad rentable salvo que estés en Segunda o en Primera". Un árbitro de Segunda B cobra por derechos de arbitraje poco más de 100 euros, dietas y kilometraje. Tiene que poner el coche y el desgaste corre de su cuenta, el del vehículo y el de las relaciones familiares que se resienten por los fines de semana y festivos fuera de casa. Hay delegaciones gallegas que han llegado a reclutar árbitros con anuncios en las oficinas del INEM. "Los derechos arbitrales permiten cobrar el paro al mismo tiempo y para muchos es un ingreso complementario. Nosotros hemos notado la crisis en el sentido de que ha traído más gente al arbitraje", reconoce Eduardo Rodríguez. "El 25% de los que llegan se van al poco tiempo, pero a muchos de los que vienen por dinero les acaba llegando la vocación".

"Yo ni siquiera sabía que se cobraba", rememora Roberto Jallas. Ya retirado, recuerda vivencias memorables. "Iba a un campo de Tercera Regional y la gente me gritaba que favorecía al equipo grande y yo me preguntaba: ¿cuál de los dos es el grande?". Hace años algunos destinos eran complicados. Ahora se han tendido puentes hacia la comprensión y el respeto. "Hay más educación deportiva y ha mejorado la formación de entrenadores y jugadores, pero igual también nos favorece que venga menos gente a los campos", asegura Rodríguez Campos.

El árbitro Xabier Rodríguez, en las instalaciones deportivas del instituto de Betanzos.
El árbitro Xabier Rodríguez, en las instalaciones deportivas del instituto de Betanzos.GABRIEL TIZÓN

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