¿Un proyecto ilustrado para Vigo?
Abel Caballero ha movilizado Vigo. Lo ha hecho ayudado por Faro de Vigo y con la mano invisible de Caixanova. Ahora bien, la pregunta es: ¿qué es exactamente lo qué ha movilizado y para qué? Y es que Vigo necesita, efectivamente, un modelo, un proyecto de futuro en el que reconocerse. ¿Se puede reducir ese modelo a un derbi con A Coruña? Desde luego, es lo que ha hecho, al declarar, literalmente: "Nosotros ponemos el dinero, A Coruña se lo lleva y Santiago decide", lo que es un pensamiento indigno de un ex ministro de Transportes y catedrático de Economía. Caballero ha pasado por la London School of Economics, uno de los Sancta santórum del conocimiento en el mundo, pero esa frase está al nivel de John Cobra o de Gil y Gil: es de un populismo que avergüenza.
Vigo necesita confianza en sí misma, no ansiedad y resentimiento
Vigo es la mayor ciudad gallega en población, y todo su hinterland -de Arousa a Tui- tiene un enorme potencial de crecimiento, que se multiplica por su continuidad con Portugal y el área de Oporto. La Eurorregión no es ninguna tontería. Pónganse en el lugar de cualquier empresa: es evidente que para la producción, distribución y comercialización de mercancías va a tener en cuenta no sólo el umbral de población de Galicia, sino también el del norte del país vecino que, además, tiene una demografía mucho más favorable que la nuestra, con más jóvenes. Se trata de casi siete millones de habitantes. Por no hablar de la vocación atlántica de los dos países. Buena parte de los temas que nos atañen son asunto o bien de cooperación o bien de competencia entre ambos, en particular en el ámbito de las comunicaciones marítimas y aéreas.
El problema de Vigo es su excesiva dependencia de Citroën y, sí, su falta de articulación interna. La carencia de objetivos definidos que puedan ser somatizados por su población. Un cierto capitalismo marulo de cortos vuelos, apoyado sólo en los bajos salarios, no puede ser una buena fórmula para la sostenibilidad del crecimiento, así que hay que primar a las empresas que aporten conocimiento y valor añadido. Por algún raro motivo los vigueses han querido ser siempre coruñeses, lo que es un contrasentido. No puede compararse una ciudad de muy rápido crecimiento en el siglo XX con otra que lo ha tenido mucho más lenta y reposadamente. Las virtudes y los defectos de las dos podrían ser complementarios pero multiplicar por dos los defectos no parece de recibo.
Y es que no hace mucho tiempo que el político más popular en Vigo era Francisco Vázquez, justo aquel que, en una célebre fotografía en un campo de futbol, hacía un expresivo gesto de "sarna para Vigo". Por lo demás Vázquez no ha sido un buen alcalde para A Coruña. Ha especializado la ciudad en el comercio, expulsando del puerto toda actividad productiva. La mentalidad del ahora embajador ante el Vaticano es la de un señor de derechas, la de un parvenu con ese fondo de señoritismo que es tan fácil detectar, en nuestro país, entre los que han querido llegar no importa a qué precio. Mientras dejaba hacer a la especulación urbanística, dejando la calle Real y a toda la Pescadería y la Ciudad Vieja en una situación insostenible, colocaba emblemas o hacía pirulís para sorprender a los electores. Sólo el paseo marítimo -no sin un toque kitsch- resistirá el juicio del tiempo.
El área de A Coruña tiene un gran número de empresas, industriales y de servicios: pero no, desde luego, por causa del que fue su alcalde. Gracias a Dios las ciudades, como los países, resisten las coyunturas adversas. A Coruña estaba ahí antes, estuvo durante y estará ahora y después. Los jardines de Méndez Núñez, el Ensanche en torno a la Plaza de Vigo, tanto como sus empresas, desde Estrella de Galicia a Inditex, pasando por R, no tienen conexión lógica con ninguna política municipal en ese período. En realidad, es más bien en su extrarradio en donde se concentra la actividad productiva. Especialmente al norte de la ciudad, donde la refinería no deja de plantear ciertos interrogantes y dónde el Puerto Exterior constituye un ejemplo de frivolidad en la planificación que malamente oculta la operación urbanística con la que pretendía financiarse.
Vigo necesita, claro que sí, confianza en sí misma. No sólo ansiedad y resentimiento. Pero ello tiene que partir de iniciativas como recuperar la Panificadora y el Casco Vello como centro urbano, instalar de una vez la depuradora, abrir -de verdad- Vigo al mar, superar la excesiva dependencia de Citroën, plantearse en serio las virtualidades de la Autopista del Mar y pensarse a sí misma a una escala mayor: la de su área metropolitana y su papel en Galicia y España. Y por qué no: pensar en distritos de la innovación -tal vez en la Ribeira entre O Berbés y Bouzas- como Barcelona. En definitiva: un proyecto ilustrado, moderno, digno de una Galicia a la altura de sí misma.
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