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Columna
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De fe y costumbres

La consideración ciudadana hacia sus dirigentes, y por ende la convivencia cívica, tendría otro color si quienes tienen en sus manos las riendas de estas sociedades occidentales en que nos movemos se comportaran tan cívicamente como la señora Kässmann. Margot Kässmann, obispo de Hannover y presidenta de la Iglesia luterana de su país, dio, apenas hace una semana, resultado positivo en un control de alcoholemia al no detenerse en un semáforo en rojo. La prensa sensacionalista alemana destapó, tan pronto como pudo, el caso y con mayor rapidez la dama que vestía el talar durante la liturgia dominical dimitió irrevocablemente de todo cargo eclesiástico, incluido el episcopal en la capital sajona. La prensa seria, no sensacionalista, alemana indicó de inmediato que el comportamiento de Kässmann establecía una nueva vara de medir a las personas públicas. Y no andaban faltos de razón: en estas mismas páginas se comparó, o se midió, la decidida y valiente reacción de la obispo Margot con la tibia y tímida del diputado Nacho Uriarte, vocal del PP en la comisión de Seguridad Vial del Congreso español y presidente de las Nuevas Generaciones de su partido. Al señor Uriarte lo han apartado de la comisión sus correligionarios políticos, pero sigue como diputado con un control de alcoholemia positivo a sus espaldas. Pero el patrón de medir que supone la señora Kässmann supone algo más que la comparación con el atolondrado diputado español que empinó el codo.

La hasta ayer mismo obispo de Hannover era el estandarte de un cristianismo avanzado, propio del siglo XXI, y a años luz del tridentino catecismo de Ripalda y de conferencias episcopales más obsesionadas con Rodríguez Zapatero que con la buena nueva del Evangelio. Ha publicado varios libros sobre temas sociales, políticos y teológicos. Y una delicada antología de narraciones navideñas de los cinco continentes, porque nunca perdió la fibra de mujer y madre. Kässmann ha defendido siempre en voz alta el uso de condones para prevenir el sida; ha dicho que en las Sagradas Escrituras no vio argumento alguno para que las mujeres no pudieran acceder al sacerdocio, ni motivo alguno para que los clérigos católicos tengan el celibato como obligación. No ha mirado hacia otro lado cuando la extrema derecha aparece con sus brotes xenófobos, e indicó, poniendo nervioso a más de un ministro de defensa, que las armas no llevarían la paz a Afganistán.

Vara de medir, sobre todo, por su credibilidad y coraje asumiendo el exceso de alcoholemia. Ha dimitido porque eso fue un "error moral irremediable e ineludible...porque "ya no habría tenido la libertad para calificar y enjuiciar como antes los desafíos éticos y políticos de nuestro tiempo". Emotiva y serena ha indicado que "cometió un lamentable fallo, y dañó con ello su cargo y la autoridad inherente al mismo". Una conciencia cristiana que debería ser ejemplo para algunos de los valencianos que nos gobiernan, cuyo paganismo es evidente.

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