El mal ejemplo
Alrededor de las siete de la mañana del viernes 19 de febrero un coche se estrelló contra otro que estaba detenido delante de un semáforo en el barrio de Salamanca
de Madrid. Lo conducía Nacho Uriarte, presidente de Nuevas Generaciones del PP, diputado por Valencia en las Cortes Generales y vocal de su partido
en la Comisión de Seguridad Vial
del Congreso.
En mayo de 2007,
el ex presidente José María Aznar manifestó su desdén por las campañas de la Dirección General de Tráfico para evitar que se condujera con
una copa de más al comentar que a él no le gustaba que le dijeran que se le prohíbe beber vino. "Déjeme que decida por mí, que en eso consiste la libertad", explicó.
El viernes 19, una patrulla de la Policía Municipal pasaba por allí en el momento del golpe. Así que decidió hacerle el control de alcoholemia al conductor. El resultado de la prueba es que llevaba el doble del alcohol permitido
(0,55 frente a 0,25).
La dirección del PP se refirió al percance como "un típico error de juventud", que "le puede pasar a cualquiera".
Un día después, en Hannover, la jefa de la Iglesia Protestante de Alemania, Margot Kässmann, se saltó un semáforo en rojo. Se la sometió al pertinente control, dio también positivo. En su sermón de Año Nuevo hizo una furibunda crítica al bombardeo ordenado por el Ejército alemán en Kunduz, en Afganistán, en el que murieron 137 víctimas civiles. La clase política le tenía desde entonces una profunda animadversión, así que celebró que el percance la obligara, por pura decencia, a dimitir.
Nacho Uriarte no
ha dimitido como diputado -no se sabe por qué-, pero sí lo ha hecho como vocal del PP en la Comisión de Seguridad Vial del Congreso. El gesto no causará trastornos: el presidente de la misma, Emilio Olabarría, comentó cuando supo del choque de la calle de Serrano que casi entonces se enteraba de que Uriarte "formaba parte de ella". Acaso el joven conductor comparte con su antiguo líder esa infantil idea de que la libertad consiste en rebelarse contra las normas de tráfico. Es lógico, entonces, que pensara que en aquella comisión no tenía nada que decir. Pero lo verdaderamente grave es lo otro: emular la prepotencia del jefe
y coger el volante
en estado ebrio.
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