La increíble montaña rusa del Zaragoza

Condicionado por los siete fichajes invernales, el Zaragoza está en obras y tiene dos caras. La buena y la rematadamente mala. Le alcanzó con bien poco al Sporting, sobrio y de ideas fijas, para aplastar al Zaragoza. Al malo.

A pesar de los irrisorios resultados que acumulaba -cinco puntos de 30-, el Sporting no ha perdido la fe en su propuesta futbolística, quizá impulsado por la salvación del curso anterior. Juega con detenimiento y pausa, con la intención de procurar cuidados al balón. No entiende un fútbol demasiado vertical. Lola y Rivera retrasan un par de pasos su posición y son los encargados de sacar la pelota; De las Cuevas, epicentro, siempre se muestra para desarticular la defensa rival, y Bilic acude puntual al remate. Una apertura, una carrera y un centro.

Lo contrario hizo el Zaragoza, que no tuvo ni juego ni remate. Vive en una montaña rusa el equipo, excelente en algunos arreones, negado en otras fases. Si encandiló frente al Sevilla, se encasquilló ayer, nulo en la construcción. Reacio a mover el cuero en la medular, siempre atiende a la velocidad de Colunga y al generoso pecho de Chupete Suazo. Si uno encara, hay peligro; si el otro la baja y se gira, también. Resultó que no les llegaron balones en condiciones. Problema enraizado en el eje, donde Gabi carece de toque y Edmilson, desgastado y sin ritmo, corrió como una peonza sin sentido.

Sólo chuto dos veces a puerta el Zaragoza y Arizmendi clavó una. Poco para someter al Sporting, que avisó con una vaselina de Castro y definió cuando Bilic cazó una pelota muerta en el área. También marcaron Morán, tras ganar una carrera a Edmilson, y Barral, al culminar un contragolpe. El Zaragoza fue un harapo y lo disfrutó el Sporting, que jugó a lo suyo, como siempre.