La reconstrucción del muro
Cumplido el trámite de arrepentirse, el golfista debe ahora aceptar la penitencia
El escritor John Feinstein trazó hace unas semanas un perfil desolador por triste de Tiger Woods alrededor de una idea, la de que durante su carrera Woods había construido alrededor de su persona un muro impenetrable, una barrera que se había resquebrajado dolorosamente con los sucesos de la noche de Acción de Gracias y el conocimiento que desencadenaron del Woods oculto. "E incluso ahora", decía Feinstein, "su objetivo número uno no parece tanto el de reconstruir su matrimonio como el de reconstruir su muro".
Reconstruir su muro, volver a ser el campeón invisible, un espejismo que seguía uno de los principales consejos de su padre -"no dejes que se filtre nada, contrólalo todo"- y de cuyos sentimientos íntimos no se sabía más que lo que él y el entramado que guiado por sus agentes en IMG consideraban que construía mejor su imagen. Empezó la reconstrucción, como un buen albañil, como il faut, como, desde hace siglos manda la iglesia católica en el ritual de la confesión: examen de conciencia, arrepentimiento, propósito de enmienda, confesión de los pecados y cumplir la penitencia. Woods, aunque se proclamó budista, siguió casi todos los pasos ante un auditorio selecto en un ambiente de sala de funerales, cortinas corridas de terciopelo azul, rostros adustos, alguna lágrima. Lo hizo, a su gusto escénico, de manera controlada, leyendo teatralmente desde un atril folios escritos por un especialista buscando el mayor efecto de sinceridad, contricción y entereza.
Aunque no aceptó preguntas, algo que nadie arrodillado en un confesionario puede evitar, cuántas veces, hijo, Woods cumplió todos los requisitos, limpió sus telarañas, reconoció que se había equivocado, prometió no volver a hacerlo y públicamente pidió perdón. Le falta, sin embargo, un último trámite, un paso que no está en su mano, el de cumplir la penitencia que se le imponga y cuyo peso empezó a medir desde su invisibilidad última, su retiro y su terapia. Hasta que la cumpla nada podrá volver a ser como antes si es que hay alguna posibilidad de que sea.
Le costará aceptarla. No se trata tanto del abandono de bastantes de sus muchos patrocinadores, aunque la cartera es uno de los órganos que más le duele, sino del precio que le exijan sus compañeros, muchas veces silenciosos al hablar de él por el miedo que provocaban sus reacciones, muchas veces agradecidos por la lluvia de dólares que Woods había llevado al circuito, pero que han empezado a darse cuenta de que también hay vida sin la bendición de Woods.
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