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Columna
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Enfrentamiento sin debate

En todas partes cuecen habas, dice un conocido refrán, que también es aplicable a la política. Creo que incluso se podría añadir que también en todas las épocas. La imagen que solemos tener de la política en otros países, cuando nos comparamos con ellos, es muy distinta de la que tienen los propios ciudadanos de esos países con los que nos comparamos. De la misma manera que es muy distinta la imagen que tenemos de la política en nuestro propio país en el pasado, cuando la tomamos como punto de referencia respecto de lo que ocurre en el presente, que la que tenían los ciudadanos que vivieron ese pasado. Que se lo pregunten a quienes fueron dirigentes de UCD.

El enfrentamiento político es siempre inmisericorde y las puñaladas son frecuentes. La agresión que sufrió Felipe González por parte del PP, sobre todo a partir de 1993, fue terrible, pero no menos terrible fue la agresión de la que fue objeto Bill Clinton por aquella época. De la misma manera que la que está sufriendo en este momento Barack Obama no es menos terrible que la que experimenta José Luis Rodríguez Zapatero. Si de los enfrentamientos interpartidarios pasamos a los intrapartidarios, podemos decir lo mismo. Enfrentamientos en el interior tanto en el PSOE como en el PP los ha habido durísimos, pero ahí está el caso del enfrentamiento entre De Villepin y Sarkozy, que todavía está en los tribunales, o sin llegar a tanto, pero con una carga política extraordinaria, la soterrada disputa entre Tony Blair y Gordon Brown hasta que el primero cedió el liderazgo al segundo. Comparados con ellos, las peleas entre Felipe González y Alfonso Guerra o las más recientes en la cúpula del PP, pueden parecer hasta civilizadas.

Cuando se procede a una comparación con lo que ocurre en otros países, normalmente, el término de comparación no está acertadamente definido, de la misma manera que tampoco está adecuadamente delimitado el momento histórico anterior que tomamos como punto de referencia. La política no es muy diferente en unos países y otros, ni entre unos momentos y otros, salvo en los momentos constituyentes, en los que, por la propia naturaleza de las cosas, no se puede no llegar a un acuerdo.

No es, por tanto, la acritud del enfrentamiento político en España en general y en Andalucía en particular, lo que llama la atención. Son los términos en que el enfrentamiento se produce lo que resulta llamativo. Es un enfrentamiento sin debate. Como hemos tenido ocasión de comprobar el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados, por un lado, y en el Parlamento de Andalucía, por otro, el debate entre los dos grandes partidos de gobierno brilla por su ausencia. No hubo el más mínimo punto de conexión entre las palabras de Zapatero y las de Rajoy como tampoco las hubo entre las de Griñán y Arenas. Ambos presidentes presentaron un diagnóstico de la situación y un abanico de medidas, a las que se añadió una oferta de pacto, y ambos recibieron una descalificación absoluta como respuesta.

El debate político exige un terreno común que sea aceptado por quienes intervienen en el mismo. Sin ello el discurso político se desliza de manera casi inevitable hacia la pura descalificación. Si ante una batería de medidas concretas para hacer frente a la crisis económica, como las que presentó el presidente Griñán en el Parlamento, el líder de la oposición, Javier Arenas, únicamente tiene como respuesta descalificarlas como "empanada mental" y exigirle a continuación que convoque elecciones anticipadas, ustedes dirán si a eso se le puede calificar de debate. Llevamos demasiado tiempo recorriendo esta misma senda y la fatiga política empieza a hacer mella en la ciudadanía. Me temo, además, que así vamos a seguir.

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