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Columna
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La rectificación

Lo que parecía un complot se ha quedado en torpeza. El consejero de Educación, Ernest Maragall, ha dicho lo que piensa con tanta inoportunidad que ni los suyos le han podido dar apoyo. Tras expresar lo que todo el mundo sabe porque lo dicen las encuestas, que los ciudadanos están fatigados de tripartito, Maragall decidió ampliar su pensamiento en un artículo, alargando él mismo la soga para ahorcar la estrategia electoral de su partido.

A Maragall cabe agradecerle que un político diga lo que piensa, pero sorprende su incapacidad para calcular y asumir las consecuencias. ¿Cómo interpretar una autocrítica tan clara cuando se forma parte del Gobierno y, por tanto, se debería ser capaz de actuar? Maragall se dejó a sí mismo sin salida más allá de dimitir o quedar en falso. Sus palabras sobre la "falta de proyecto" van a la línea de flotación de la oferta socialista, que, por primera vez en su historia, puede vender obra de gobierno. Sólo la tendencia de los políticos al suicidio aconseja hacer la catarsis a unos meses del examen electoral y conjurar las expectativas que se autocumplen. José Zaragoza tendrá ahora más difícil la campaña y poner en valor la seriedad de Montilla y la buena gestión de algunos de sus consejeros.

Ahora será más difícil poner en valor la seriedad de Montilla y la buena gestión de algunos de sus consejeros

La desmesura ha actuado también en la "rectificación", una palabra que suena francamente mal. Recuerda a aquella abuelita del Maestro y Margarita de la que Mijaíl Bulgákov cuenta cómo debe testificar ante las milicias, respondiendo de él como de sí misma y negando que su gato hubiese hecho nada malo y ni tan siquiera hubiera estado nunca en Moscú.

A pesar de la gesticulación excesiva, nadie puede creer que el consejero de Educación, uno de los pocos que sale del rebaño ideológico y tiene ideas propias, dejará de pensar lo que escribió. El debate se revela necesario y el PSC tendrá que hacerlo tarde o temprano. Los socialistas tendrán que hacer balance de su participación en los dos gobiernos de coalición y tendrá que entrar en el día siguiente si pierden las elecciones.

La actuación de Maragall responde probablemente a su hiperpolitización, al ensimismamiento al que tienden algunos políticos y aún más algunos intelectuales de la política, pero apunta con razón la necesidad de renovar ideas y métodos. A abrir el funcionamiento de los partidos, una necesidad cuya última muestra es el fracaso de la reforma de la ley electoral. Reanimada sin éxito la ponencia electoral por el desprestigio del caso Pretoria, las buenas intenciones han durado poco. Los expertos proponían proporcionalidad con un mínimo de diputados compensatorio por veguería y listas abiertas o, como mínimo, no bloqueadas.

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Según el presidente de la Comisión, los partidos políticos no han dinamitado la ponencia por un escaño más o menos. El principal obstáculo ha sido "el pánico" de los partidos a que los ciudadanos intervengan en la selección de sus representantes.

Las palabras de Maragall no sólo inquietaron a los suyos por la inoportunidad, sino por el potencial de desestabilización interna. A las palabras de Maragall se sumó el apoyo del consejero de Economía y la aparición solemne de Castells dibujaba un nuevo amago del llamado sector catalanista, que si algún día se atreve a dar el paso, podría llevar a una escisión del partido. Pero para dar un paso al frente debe haber agua y de momento, la piscina la cuida el aparato. Aproximadamente el 30% de los votantes del PSC se sienten más catalanes que españoles, pero la marca en Cataluña moviliza en las autonómicas alrededor de los 800.000 votos, mientras que en las generales consigue más o menos un millón y medio. Por eso, Zapatero tiene el convencimiento de que "los 25 son míos", refiriéndose a la obediencia de los diputados catalanes en Madrid; 25 y 2 ministros, para ser exactos. El debate es el debate eterno, pero el desgaste de la política es cada vez mayor y también lo es el cansancio por la negociación del Estatuto y la financiación, que aumentan la percepción de la dificultad del pacto con España. El debate lo puede acabar precipitando el Constitucional.

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