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Columna
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No quieren

Nunca he entendido muy bien lo que quería decir la expresión "no quiere estudiar" referida a chiquillos de doce años. Si la opongo a su contraria, "quiere estudiar", tendría que admitir que entre los jóvenes de esa edad hay un porcentaje amplio de ellos que cursan sus estudios con un deseo manifiesto de hacerlo, y la experiencia me dicta que, si haberlos los hay, ese porcentaje es seguramente bastante reducido. Hay jóvenes que estudian y otros que no, no jóvenes que "quieran" o "no quieran" hacerlo. La distinción puede parecer superflua, pero creo que no lo es, y quizá enfocaríamos mejor la educación si la tuviéramos en cuenta. Lo digo porque estoy convencido de que a muchos jóvenes de los que decimos que no quieren estudiar lo que les ocurre en realidad es que no pueden hacerlo. Los motivos pueden ser diversos y no sólo los habitualmente considerados, los referidos a las circunstancias económicas o familiares. Hay alumnos que reúnen, digamos, las condiciones idóneas y, sin embargo, "no quieren" estudiar; tampoco es raro que entre hermanos con idéntico pedigrí uno quiera y otro no, sin que tenga que ser forzosamente el menos capacitado el que "no quiera". Cualquier época de la vida es propicia para "no poder", pero cuando eso ocurre en edades tan tempranas las consecuencias son duras y no podemos actuar con ligereza.

Cuando un joven cursa sus estudios con normalidad no se plantea si quiere o no estudiar. Diré, para simplificar, que simplemente lo hace; sabe que es lo que tiene que hacer y no toma decisiones al respecto. Normalmente consideramos que el querer va implícito, esto es, que si va bien es porque "lo quiere", pero no estoy seguro de que sea así. La formulación del querer suele ser explícita en el que "no quiere", que, por lo general, suele ser un alumno que va mal, es decir, es una expresión indicativa de un fracaso actual, no de un fracaso futuro. Los jóvenes alumnos no fracasan porque "no quieren estudiar", sino que no quieren estudiar porque están fracasando ya. Puede ser debido a que no terminan de integrarse en el mundo escolar, mundo cuya complejidad no se limita a las asignaturas que se estudian; o puede ser debido a que vean frustradas sus propias expectativas. Por la razón que sea, esos alumnos no "pueden", y es ésa la realidad a la que hay que atender.

A raíz de las recientes propuestas para la reforma educativa se vuelve a hablar de los alumnos que "no quieren", a los que no tendríamos por qué soportar en las aulas. Pero un país que sí puede soportar el fracaso de casi un tercio de su población escolar es un país cuya estructura productiva aún necesita trabajadores poco cualificados, por más que se le llene la boca hablando de innovación. El secreto del exitoso modelo finlandés reside en que saben atajar el fracaso escolar en edades tempranísimas. Consiguen que sus alumnos quieran estudiar sin necesidad de que sean conscientes de que quieren hacerlo. Pueden. Pues eso.

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