Franco Ballerini, ganador de dos París-Roubaix
El ex ciclista y seleccionador italiano muere en un rally
De Franco Ballerini, Marcelino Torrontegui, su masajista de confianza en sus años dorados, recuerda sobre todo sus vastos, el externo y el interno, los más voluminosos que en su vida ha visto. Eran, los músculos que rodeaban sus larguísimos fémures, parte de su grandeza. Para Juan Antonio Flecha, el ciclista catalán que sueña con ganar un día la París-Roubaix, la grandeza de Ballerini, su ejemplaridad, era su perseverancia, su persistencia, materializada en que su primera victoria en el infierno del norte, la clásica del pavés, la consiguió en su séptimo intento, a los 30 años. "Un símbolo de lo que es la carrera, de lo que es la vida de un ciclista que no gana por su talento, sino por su trabajo", dice Flecha, quien aún recuerda la manera espectacular en que Ballero ganó en 1998 su segunda Roubaix: "Su fuga, 60 kilómetros, su entrada, solo, en el velódromo de Roubaix, con más de cuatro minutos sobre Tafi". Fue su cénit en los años en que su equipo, el Mapei, era el dueño de las clásicas. En Ballerini, los más jóvenes espectadores del ciclismo, los periodistas que llenan las salas de prensa en los Mundiales, apreciaban la grandeza en su imagen un tanto pija y cuidada, sus patillas largas y afiladas, los zapatos, afilados y brillantes, de un florentino de lengua fácil y hablar suave que fue capaz de manejar con facilidad todo tipo de sutilezas diplomáticas, de convertir a la squadra azzurra, nido de víboras tradicionalmente, criadero de celos y maledicencias, en un verdadero equipo capaz de ganar cuatro Mundiales en los nueve años en los que fue seleccionador.
Francio Ballerini murió ayer, a los 45 años, en un hospital de Pistoia, en Toscana, muy cerca de su casa, adonde fue trasladado, malherido, tras sufrir un accidente en el rally de Larciano, en el que participaba en un Renault Clio como copiloto de su amigo Ciardi.
Ballerini corrió 13 París-Roubaix. Después de la quinta, en la que le batió por un centímetro el viejo y lento Duclos-Lassalle con un tremendo golpe de riñones en el velódromo, juró no volver más por allí, pero dos años después la ganó por primera vez y después de la 13ª, en abril de 2001 -a los 36 años, bajo el maillot una camiseta blanca con una inscripción: "Gracias Roubaix"-, colgó la bici para convertirse en seleccionador nacional, lo que le dio tiempo para dedicarse a su otra pasión sobre ruedas, los rallies. Eran el gran hobby que Ballerini compartía con su paisano y amigo Paolo Bettini, otro corredor toscano, que tenía como ciclista todo aquello que le faltaba a Ballerini. Bajito, rápido, astuto, chispeante, guerrero furioso, Bettini fue el material ideal con el que el Ballerini técnico modeló un par de victorias, en 2006 y 2007, en la carrera del arcoíris y el oro olímpico en Atenas 2004. El cuarto Mundial lo consiguió Ballerini con el gran contrapié de Alessandro Ballan en Varese 2008. La primera fue obra de Mario Cipollini y su tren en el circuito de Zolder en 2002, el Mundial más llano y aburrido de las últimas décadas.
"Ballerini había arriesgado la vida mil veces con la bici", recuerda Bettini, con quien corrió seis rallies como copiloto. "Corría la Roubaix sin casco y era capaz de lanzarse como nadie en los peligrosos descensos de los Dolomitas. Y sobre la bici nunca había sufrido accidentes. El destino lo ha alcanzado ahora, cuando disfrutaba de su pasión por la velocidad".
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