Sin líderes para capear la crisis
Cada día se palpa más la depresión económica por estos lares. No hace falta interpretar los indicadores bursátiles, que a la postre son exclusivos del hoy privilegiado estamento ahorrador e inversor, o atender los sombríos augurios de los analistas competentes, con el eminente Joaquin Almunia desde su púlpito europeo, decimos, para constatar que los ciudadanos de a pie estamos con el agua al cuello y que la ahogadiza sigue subiendo. Para todos, pero mucho peor los valencianos, que habremos de penar -más unos que otros- ese tsunami de prosperidad y corrupción que ha dejado con el culo al aire nuestras carencias básicas, con el desconsuelo añadido de que alcanzaremos la incierta recuperación tras una larga atonía y travesía al rebufo de otras autonomías menos heridas por la alocada especulación y despilfarro.
Lo tenemos crudo, pues, y en ese diagnóstico no se advierten discrepancias notables, tan sólo matices en el común pesimismo. Un pesimismo que se acentúa al considerar las circunstancias y cualidades personales de quienes están llamados a gobernarnos estos próximos años, dando como damos por perdida la vigente legislatura. En este sentido, poco o nada podemos esperar ya del presidente de la Generalitat, Francisco Camps, un mero difunto político con pase de pernocta, independientemente de que se divulguen o no nuevos capítulos del caso Gürtel. Tan o más decisivo que este escándalo, ha sido a nuestro parecer su inoperancia e inhibición ante el desplome económico que padecemos, lo que delata que o bien solo tiene talento para navegar y pavonearse cuando le sopla viento de popa, como haría cualquiera, o bien que la administración autonómica está inerme para afrontar los desafíos en tiempos aciagos, lo que autorizaría a cuestionar las bondades del sistema.
El otro partido con opción de Gobierno, el PSPV, tampoco nos brinda un liderazgo que irradie confianza y arrojo para pechar con tamaño reto, cual es el desplome económico del país y la necesidad de urdir un proyecto de desarrollo distinto al deluído maná inmobiliario. Hasta ahora, nada o poca cosa se la ha oído o visto a Jorge Alarte, que últimamente da la impresión de haberse sacudido el letargo descubriendo que, de hecho, ya está en campaña electoral autonómica y que ésta se prefigura larga e intensa como ninguna otra. Por lo pronto se ha dotado, o en ello está, de un think tank o cohorte de cerebros consultores, lo que puede serle muy útil y acaso contribuya a galvanizar el entusiasmo en sus cofrades antes de que en éste se llegue a la conclusión de que se han equivocado una vez más al elegir su pastor.
De lo dicho no debe colegirse que la sociedad valenciana y los partidos no son capaces de alumbrar dirigentes de valía. No es eso, pero se le aproxima mucho, porque lo cierto es que las vocaciones políticas no cunden entre los individuos más lúcidos de cada casa. Pero quizá no se trate de una circunstancia exclusiva o defecto congénito y, en todo caso, no es un debate para esta columna. Por otra parte, no hay que estrujarse los sesos para detectar unos relevos excelentes para los líderes que acabamos de glosar. Nos referimos a quienes ejercen respectivamente de portavoces del PP y PSOE en las Cortes valencianas. Que resulte remota la posibilidad de convertirlos en cabeza de cartel no desmiente su calado político y superiores garantías para capear la crisis. Pero no priman los intereses generales, sino los reglamentos partidarios.
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