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Reportaje:

Los últimos de O Celeiriño

El Gobierno de Viveiro estudia retomar las obras criticadas por los técnicos que en 2008 causaron el derrumbe de un barrio y el desalojo de 29 familias

En el barrio de O Celeiriño (Viveiro) ya no queda casi nadie. Algunas casas, en su mayor parte propiedad de marineros jubilados, estaban vacías desde hacía años, pero lo ocurrido en el otoño de 2008 lo convirtió en un lugar fantasma. El dos de octubre, hacia el mediodía, el barrio se vino abajo. Los obreros que en ese momento trabajaban en la construcción del edificio que desencadenó el desastre estaban a punto de acabar la fase más delicada del proyecto: el relleno del subsuelo, prácticamente hueco, sobre el que se levantaría un edificio de 37 viviendas, justo enfrente de la playa urbana de Celeiro.

Nunca lo terminaron. El Ayuntamiento tuvo que desalojar de emergencia a casi treinta familias de las tres calles colindantes con la obra. Un año y cuatro meses después, 11 de esas familias asisten al derribo de sus casas, declaradas en ruinas. Pero la crisis, que desató una tormenta política en el ayuntamiento lucense, puede tomar esta semana un nuevo rumbo si la comisión de gobierno renueva la licencia a la promotora encargada de la obra. "El problema", asegura el alcalde de Viveiro, Melchor Roel, "será también la solución". Roel entiende que, levantando la estructura del inmueble hasta la altura de las calles hundidas, será más fácil completar la demolición de las once viviendas más dañadas.

El alcalde cree que fue un fallo técnico de la empresa constructora

Hubo un tiempo en el que el mar llegaba a la parte baja de O Celeiriño, creado hace siglo y medio por los pescadores de Celeiro, hoy uno de los puertos más importantes del Cantábrico. El barrio creció robándole terreno al mar, pero el agua siguió haciendo de las suyas: en 1998, los vecinos denunciaron que las fugas estaban barriendo la arena sobre la que se levantaba O Celeiriño. En algunos puntos de la red de alcantarillado entraba sin problemas una persona de estatura mediana. Cuando comenzaron las obras del edificio, los obreros tuvieron que profundizar 13 metros para encontrar suelo firme, y eso que los sótanos del edificio estarían a cinco de la superficie. El barrio estaba flotando. No aguantó el peso de las máquinas y tampoco que se interviniese en su zona más débil, la parte baja del barrio, que da a la calle do Porto. Al otro lado de la carretera ya está la playa.

Melchor Roel, el alcalde, no tiene dudas. "Fue un fallo técnico", asegura. La viga que para prevenir se había colocado en la calle Atalaia, una de las más afectadas, se soltó y provocó el corrimiento del barrio sobre la calle do Porto, a escasos veinte metros de la playa, el lugar que le era más natural. Un imprevisto que, sostiene Roel, tiene más relación con el proceder de la empresa que con las obras en sí. "El edificio se pensó como un tapón, porque el barrio se venía abajo desde antes y los vecinos eran conscientes", argumenta.

Sobre la manera en que fue otorgada la licencia de obra a la promotora Inmon Xerión también planea la sombra de la duda. El primer informe del técnico municipal vetaba las obras, alegando que el edificio superaba los siete metros de tope para el suelo urbano consolidado de baja densidad. También pasaba por alto el tipo de edificación, que según la ordenanza urbanística provisional del ayuntamiento -la Xunta suspendió en 2006 el planeamiento urbanístico de Viveiro a petición del propio consistorio municipal- tenía que consistir en viviendas unifamiliares aisladas. El alcalde pidió entonces un informe externo que sí resultó afirmativo. La promotora consiguió la licencia en 2007 "con la unanimidad de la comisión de gobierno", recuerda Roel. Poco después empezaron las obras, con el final que ya se conoce.

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Mientras, el drama humano de O Celeiriño sigue sin resolverse. No habrá una salida definitiva hasta "dentro de cuatro o cinco años", calcula el alcalde. El Ayuntamiento inició un contencioso administrativo contra la promotora Inmón Xerión, después de que una circular de la Xunta les comunicase en septiembre del año pasado que era el consistorio municipal el que debía hacerse cargo de las reclamaciones. La mayoría de las familias afectadas viven ahora de alquiler en otras zonas de Viveiro y el Ayuntamiento paga las mensualidades. La Xunta ha financiado con 915.000 euros la compra de siete viviendas para otras tantas familias afectadas por el derrumbe. A cambio, los dueños ceden los solares al Instituto Galego de Vivenda e Solo (IGVS) para dotación de equipamientos públicos.

Pero a Dolores Prieto, última habitante de O Celeiriño, no le sirve ninguna de las dos soluciones. Sigue viviendo en la calle Golondrina, una de las más afectadas, al lado de una las viviendas que estos días están echando abajo. No se fía de las promesas del gobierno municipal y quiere "el reestablecimiento de la vivienda" -propiedad de sus suegros-, "en las mismas condiciones de antes de la obra". Aunque Dolores y su marido fueron desalojados cuando el suelo del barrio cedió, regresaron poco tiempo después "ante la falta de garantías".

No es el único problema, porque algunas casas de O Celeiriño no aparecen en el Catastro, aunque sí están en el registro de la propiedad. "Muchos inmuebles tienen más de cien años, y supongo que entonces los propietarios no se preocuparon de eso", explica Dolores. Sus suegros compraron la vivienda hace 25 años para hacerla de nuevo y en todo ese tiempo nunca lo actualizaron. La vecina achaca el problema "a la antigüedad del barrio" y a que muchos "inmuebles pasaron de padres a hijos sin que nadie se fijase en ese detalle". En eso coincide con el alcalde, Melchor Roel, que admite que, como muchos otros enclaves marineros, O Celeiriño creció de forma desordenada. "Sobre losas y con plantas añadidas", puntualiza.

Cuatro casas de la calle Golondrina, la misma en la que vive Dolores, están siendo demolidas ante el riesgo "elevado" de hundimiento. A dos de estas viviendas ni siquiera pudieron acceder los técnicos del Ayuntamiento en julio del año pasado para elaborar un informe sobre el estado del barrio. Desde diciembre de 2009 esta vecina de Celeiro asiste a la demolición del inmueble contiguo a su casa, que por ahora solo tiene alguna grieta en las paredes y el plato de la ducha roto. Los trabajos van despacio, los derribos se están haciendo de forma casi manual porque el terreno no aguantaría otra intervención. "La casa no se cae", afirma Dolores, "lo máximo que le puede pasar es que se incline un poco". Así se lo han asegurado algunos ingenieros a los que ha consultado, aunque como es lógico no dudaría en marcharse si viese algún peligro. "Yo digo, como el conde de Chesterfield, que lo único que no quiero para mi entierro es ser enterrada viva", bromea.

Para Dolores, O Celeiriño nunca pasaría por una situación tan difícil si el primer informe del técnico municipal hubiese sido acatado. "Hubo interés en otorgar la licencia por encima de todo", asegura la vecina, "y como la primera vez fue rechazada, se pidió una 'a la carta". También se queja de la actuación de la promotora. "La viga no podía soltarse. Hay que hacer las cosas muy mal para que se suelte la viga de la que depende un barrio entero", dice. Inmo Xerión no ha querido hacer ninguna declaración al respecto. "No lo hemos hecho antes y no lo vamos a hacer ahora", asegura el representante de la promotora.

Los que se fueron prefieren no hablar de lo sucedido. La asociación de vecinos ya no existe y las casas desalojadas están cerradas a cal y canto. Los que no se van son los obreros; sea cual sea la decisión que tome el gobierno municipal la próxima semana, se quedarán para rato.

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