Fuego
No será fácil apagar el incendio de Horta de Sant Joan. A cada momento se abren nuevos frentes por culpa de un terreno abrupto, aumenta la garbinada y las llamas cercan a los bomberos mientras se anuncia que las adversas condiciones meteorológicas dificultan la extinción de un incendio que, por otra parte, está muy bien "perimetrado", un eufemismo utilizado para disimular que no está controlado. También el arco parlamentario está perimetrado y no hay manera de parar el fuego cruzado. La sospecha es que el guirigay político montado para evitar que se delimiten responsabilidades es una extensión de la decoordinación que se produjo hace medio año cuando ardieron más de mil hectáreas en Els Ports.
Pocos sucesos han chequeado tanto el funcionamiento de una parte de la Administración. A su llegada a Horta, los responsables del operativo relegaron a los vecinos al papel de espectadores para evitar situaciones de riesgo y resulta que cuando la abandonaron se contaron cinco bomberos muertos y un herido después de un rosario de calamidades y un cúmulo de despropósitos. Nada parece más consecuente, por tanto, que el pueblo se pregunte qué es lo que hicieron cuantos se presentaron con el fuego, más que nada porque el bosque es suyo y, que se sepa, ningún vecino prendió una cerilla ni hubo rayo que partiera un árbol. Nadie que sea de Horta tiene dudas sobre lo qué pasó en el Barranc de Cubars porque ninguna de las versiones ofrecidas tiene mucha credibilidad.
Era imposible salir del infierno que los bomberos tomaron no se sabe muy bien a santo de qué ni por orden de quién, con tanto mando como había. A los GRAF no les pidieron, al parecer, que apagaran el fuego, como se supone que se exige a un bombero, sino que lo desafiaran. Así funcionan a veces los cuerpos de élite, a los que preparan para situaciones extremas y no para la normalidad. Los presentaron como héroes y se convirtieron en mártires por la mala gestión del incendio, de la comunicación y de la información. El sentido común aconsejaba salir pitando y, sin embargo, los bomberos permanecieron en sus puestos, trabajando a ciegas, aguardando órdenes, resistiendo mal o bien, expuestos a la tragedia.
La sabiduría popular aconseja atacar el fuego desde la zona quemada y con la ayuda de personal conocedor del territorio, vecinos que de vez en cuando aún limpian el bosque, vivan o no de la subvención; personas capaces de identificar a los responsables del fuego ante la negligencia oficial. La gente del pueblo necesita sentirse partícipe de la extinción porque se queman su vivencias y, de alguna manera, presienten el fuego como al jabalí. Una cosa es preservarles del riesgo y otra sustituirles por un entramado humano difícil de descifrar porque los agentes voluntarios se mezclan con los profesionales y se dan categorías tan sorprendentes como la de auxiliar de bombero forestal. Así se explicaría que, tras la intervención de más de cien personas, nadie haya sido capaz de acallar el grito desgarrador del bombero herido en zona inhóspita e ingobernable: "Estic sol i cremat; fills de puta, veniu-me a buscar!".
Al país se le está quedando una cara de funcionario que espanta.
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