Ensalada mixta
Verdadero despropósito de principio a fin, con momento de cruda vergüenza ajena, no hay por dónde justificar esta especie de vodevil satírico sin pies ni cabeza, donde algunos artistas que por sí mismos tienen su mérito, se ponen al servicio de un guión disparatado y sin el menor valor. Un actor hace las veces de maestro de ceremonias y árbitro en el cuadrilátero de boxeo donde se desarrolla todo. Se trata de un monologuista que suelta un rollo tras otro. Primero unos acróbatas bastante limitados hacen un amago. Después el violinista Ara Malikian sale disfrazado y poseso, una mezcla de la estantigua de Paganini con el actor secundario Bob de Los Simpsons. Aporrea unos compases de una partitura de Bach primero y de Scherezade después hasta que le llega el turno a Carmen de Bizet, todo ello para ilustrar el duelo de Sol Picó e Ígor Yebra, ambos vestidos por sus peores enemigos. Ella con su calzado fetiche: las zapatillas de puntas rojas y él con una malla indescriptible y calcetines blancos. Si ya la estética hería la sensibilidad, el baile no se quedaba atrás. Sol Picó se mantiene fuerte físicamente, pero es un cúmulo de jadeos y acrobacias sin concierto, mientras Yebra hace lo que puede luchando contra la circunstancia y los elementos.
La lucha libre vuelve al Price
Dirección: José Antonio Ortega; escenografía: Alfons Flores; luces: Felipe Ramos; vestuario: Elena Colmenar; coreografías: Sol Picó, Igor Yebra e Israel Galván. Teatro Circo Price. Hasta el 31 de enero.
Lo mejor de la velada es el piano de Carles Santos que baja del cielo
Por fin llega Israel Galván, pero no se llega a entender qué persigue este hombre de talento probado y trayectoria brillante sacrificando su imagen, su físico y hasta su prestigio en tal atropello. Galván se pelea con un cantaor, Cristian Guerrero, otro que sale dignamente del entuerto, que canta muy bien y atiza al bailaor generosamente. Al grito de "¡Papa frita!" el grupo Los Tres Mil (compuesto por El Dientes, El Eléctrico, El Turco, El Bobote y Caracafé) dan un recital más grotesco que goyesco, pero a compás.
Lo mejor de la velada sin duda es el piano que baja del cielo, literalmente, con Carles Santos en autocitación sonora y virtuosa. Es un milagro que el piano no desafine izado por cables. Como complemento de su soliloquio (o combate a uno) dos maromos, maza en mano, destrozan al ritmo de Santos un piano vertical, el pobre. Duele ver el destrozo, aunque sea atrezo. Y mientras tanto, una pareja se da el lote en la grada indolentemente, hasta que un foco los centra, pero ellos a lo suyo, salta la blusa y siguen. Eso tiene gracia y es metáfora cruel de que es mejor entretenerse con el de al lado que lo que estaba sucediendo o dejando de suceder en el figurado ring. Me preguntaré también hasta el infinito cómo a un respetado sabio, científico amador del flamenco, José Luis Ortiz Nuevo, le han convencido para subirlo también a la arena y dejar que recite unas filípicas dignas del mejor filósofo de barra de bar.
La conclusión es dramática, pues esta idea, engañosa en su publicidad al hablar de "combates de lucha libre" y citar la memoria del Price, se aborta en una sucesión deslavazada y en su propia incoherencia. En el antiguo Teatro del Circo Price también hubo veladas con legendarias bailarinas italianas, exóticas al estilo de Mata-Hari (con su serpiente) y hasta una pareja de boleros enanos, pero ésa es otra historia, la deliciosa y de verdad.
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