Otra forma de impulsar la innovación
En estos momentos de crisis en que es verdaderamente urgente encontrar nuevas fuentes de riqueza, la innovación ha pasado a ser una cuestión preferente en toda política pública o empresarial, y no parece ya suficiente confiar sólo en la empresa para obtener el máximo beneficio del conocimiento para el desarrollo económico.
Lo que hoy llamamos en el plano económico innovar, aprovechar el conocimiento para provocar un cambio capaz de generar valor, es un hecho conocido desde la más remota antigüedad. En él, el papel fundamental, y a veces casi único, ha sido siempre el de la empresa. Varios siglos antes de Cristo fue ya una innovación la aplicación de unos rudimentarios conocimientos de astronomía a la navegación marítima. Esta técnica fue convertida ya entonces en tecnología, porque fue mejorada gracias al conocimiento científico.
No parece ya suficiente confiar sólo en la empresa para obtener el máximo beneficio del conocimiento
Es necesario que el ciudadano participe en todas las dimensiones de la innovación
Pero tuvieron que pasar más de dos milenios para que se revelara de verdad el poder del conocimiento para mejorar el bienestar del hombre. Ocurrió con la Primera Revolución Industrial, momento en que empresas de unos pocos países fueron capaces de utilizarlo y con ello consiguieron hacer despegar la renta per cápita de sus conciudadanos de la que tenían los del resto del mundo. Fue entonces cuando el ahora llamado primer mundo comenzó a diferenciarse en su bienestar. En aquellos años, la empresa innovaba utilizando el conocimiento existente para crear tecnología, generalmente entendiendo o mejorando viejas técnicas y, mucho más raramente, creando otras nuevas sobre la base del conocimiento disponible.
La creación formal de tecnologías por las empresas sólo comienza después de la Primera Guerra Mundial, que es cuando algunas de las más grandes americanas, como General Electric, AT&T o DuPont, instalan sus primeros laboratorios de investigación. Sin embargo, tanto el nombre como la actividad de I+D empresarial sólo se populariza cuando después de la Segunda Guerra Mundial el profesor del MIT Vannevar Bush, a petición del presidente de EE UU Franklin D. Roosevelt, escribió su famoso informe titulado Science: The Endless Frontier. Esta dedicación intensa y sistemática a la I+D empresarial tiene seguramente mucho que ver con una nueva e importante aceleración que experimenta la renta per cápita de algunos de los países del primer mundo a partir de la mitad del pasado siglo.
Coincidiendo con este llamativo hecho comienzan los estudios más o menos sistemáticos sobre la importancia del conocimiento en la economía. Un hito importante lo puso la OCDE cuando en 1963 publicó la primera edición de su Manual de Frascati, una guía para que sus países pudieran medir los recursos que dedicaban a la I+D, tanto pública como privada. Seguramente porque era más fácil de analizar, se ha prestado desde entonces casi toda la atención a la generación del conocimiento y no tanto a su utilización. Y hoy se sabe mucho más de las características de la innovación más moderna, la conectada a la actividad de I+D, que de la que dio lugar a la Primera Revolución Industrial.
Es muy reciente el interés por conocer qué factores determinan esta primitiva innovación y qué condiciones la hacen más eficiente, a pesar de que muchos países y, especialmente las empresas de los sectores de servicios, han basado su crecimiento en ella. Esta innovación se llama ahora "implícita en la actividad empresarial" y también "escondida", porque ha pasado desapercibida en las encuestas que los países de la OCDE están llevando a cabo de forma sistemática desde hace años. La última edición, fechada en 2005, de otro manual de la OCDE, el de Oslo, dedicado a medir las actividades de innovación, ha comenzado a interesarse por esta vieja innovación, al incluir las innovaciones comerciales y gerenciales.
En todo caso, lo cierto es que hasta ahora la empresa ha sido considerada el centro de la innovación y todas las políticas, tanto públicas como privadas, han estado orientadas a ella. Así se ha hecho también hasta ahora con la herramienta de análisis más popular de la innovación, el sistema de innovación, que es una forma de ver el proceso innovador como un conjunto de agentes o subsistemas que interactúan entre sí para la creación y uso del conocimiento económicamente útil. Por esto se le ha considerado centrado en el tejido empresarial, y los otros subsistemas han sido considerados accesorios. Quizá el más accesorio ha sido el entorno en el que actúan los demás agentes, que son, además de las empresas, el tejido productivo, las administraciones, la investigación pública y los múltiples servicios que facilitan el proceso innovador.
Hoy es evidente que esta forma de enfocar la atención a la innovación no ha sido suficiente para explotar todo el potencial económico del conocimiento, y ésta es seguramente la razón fundamental de que se esté haciendo una nueva lectura de aquella clásica herramienta de análisis del proceso innovador. Todo parece indicar que ha llegado el momento de aplicar más esfuerzos a otros subsistemas, y el que parece que debe ser el elegido es precisamente el del entorno. Y hay muchas razones para ello. En este subsistema están muchas instituciones que no habiendo nacido para la innovación son imprescindibles para que ésta exista. Se trata de instituciones tan importantes como la educativa, la financiera, la legislativa, el mercado y también la cultura de la población.
La empresa innovadora está fuertemente condicionada por su entorno. En él debe encontrar las mentes capaces de entender, crear y aplicar el conocimiento que dará lugar a la innovación. La financiación de estas actividades vendrá de este entorno y dependerá tanto de los recursos disponibles como de la habilidad de los financieros para evaluar las ventajas de las propuestas innovadoras. El mercado es la razón de ser de la empresa y su propensión a innovar está determinada por la actitud de los compradores, tanto públicos como empresariales o individuales. La legislación, la normativa y, en general, la cultura no son menos importantes para el desarrollo de las oportunidades de innovar. No es pues extraño que después de lo ya conseguido con las políticas de innovación, que han actuado sobre la propia empresa y también sobre la generación de nuevo conocimiento y sobre los servicios tecnológicos, y ante la necesidad de explotar el potencial del conocimiento, que utilizando las palabras de Vannevar Bush parece no tener límites, se pretenda actuar más ahora sobre el entorno. Esta crisis ha acuñado el nombre de "estrategia de innovación", para esta nueva forma de política pública y empresarial de innovación.
Con una estrategia de innovación se pretende implicar a toda la sociedad en el proceso de creación y uso del conocimiento para el desarrollo económico y el progreso sostenible. Si tuviéramos un mejor conocimiento del viejo proceso de la "innovación implícita" tendríamos mejor trazado este nuevo camino, porque el que hemos seguido hasta ahora ha estado guiado por lo que se sabe sobre el otro tipo de innovación. Pero no cabe duda de que hay una serie de directrices o principios que deben marcar este camino. Tomando, por ejemplo, los primeros borradores de la estrategia que está definiendo la OCDE, con la intención de que sea seguida por sus países, podemos aceptar que será necesario:
- Aumentar la capacidad del ciudadano para participar en todas las dimensiones de la innovación, a través de su formación y haciéndole ver mediante el ejemplo las ventajas de esta actitud.
- Reforzar el marco institucional y administrativo para que no dificulte el proceso innovador.
- Hacer más natural el camino de la innovación, facilitando el acceso a la financiación, estimulando el flujo de conocimiento y el mercado de tecnología y creando una sólida red de infraestructuras tecnológicas.
- Abordar los grandes retos actuales de la humanidad con soluciones innovadoras.
- Hacer que la urgencia de innovar esté presente en toda la gobernanza de la sociedad.
Juan Mulet Meliá es director general de Cotec.
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