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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Prodigio y realidad

J. Ernesto Ayala-Dip

Quienquiera que intentara contextualizar la obra del escritor vasco en lengua castellana Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) podría deducir que su apuesta estética tuvo que ver con el realismo. En los años sesenta, que es cuando Pinilla gana el Nadal con Las ciegas hormigas, la novela que ahora comentamos, en la literatura española imperaba un realismo en proceso de redefinición, un realismo abocado al colapso dadas las dosis desproporcionadas de sociología que impedían la consolidación de una poética radicalmente literaria. Las razones políticas son varias y todas suficientemente conocidas e ilustrativas de cómo una dictadura no sólo lo es sobre las personas sino también sobre las superestructuras que maneja: sus maneras de concebir el mundo o interpretarlo, sus maneras de diseñar sus formas artísticas. O sus maneras de obligar a los artistas a compromisos estéticos coyunturales. En medio de la polémica estética que se dio en todo Occidente entre realismo social e inmanencia narrativa en la década de los sesenta y parte de los setenta, la obra de Ramiro Pinilla era una puerta abierta a ciertas reformulaciones. Desde la misma Las ciegas hormigas hasta Seno (finalista, por cierto, del Premio Planeta de 1971, con la certeza expresada por algún miembro del jurado de que era la mejor de todas las presentadas incluida la ganadora), se vio enseguida la tradición literaria de Ramiro Pinilla: William Faulkner. Y la escritura transparente y los diálogos de Pío Baroja. Se sumó también la influencia de Gabriel García Márquez, pero aquí yo expreso mis serias dudas, independientemente de que en algunos tramos de su obra y en algunos cuentos mostrara cierta inventiva de cuño garciamarqueano. Otra cosa es que a veces a la realidad no hay que apurarla demasiado para que muestre sus costados menos predecibles. Ellos vienen solos, o hay que mirar con la ambición del que necesita sacar de la rutina un prodigio. No es casual que en esta reedición de Ciegas hormigas, con la que Ramiro Pinilla ganó el Nadal de 1960 (y al año siguiente con la misma obra, obtuvo el Premio de la Crítica), un artículo de Fernando Aramburu epilogue el volumen. El también escritor vasco publicó en 2002 un libro de artículos titulado El artista y su cadáver. Pues bien, uno de ellos se llama La realidad entendida como prodigio. Así creo que funciona el concepto de ficción en el autor de Verdes valles, colinas rojas.

Las ciegas hormigas

Ramiro Pinilla

Tusquets. Barcelona, 2010

319 páginas. 19 euros

Es oportunísima esta reedición. Nos devuelve no sólo una obra importante en sí misma sino también una generación que hizo del realismo un territorio de exploración novelística más audaz: me refiero a nombres como Fernando Arrabal, Mario Lacruz, Martínez Menchén y Jorge Semprún, entre otros no menos destacados. Los muchos que han leído la trilogía Verdes valles, colinas rojas encontrarán en Las ciegas hormigas algo así como su matriz formal y su alma humana. La naturaleza mítica de la novela, ese sello faulkeriano, el Getxo de la trilogía, adquiere aquí un ámbito más restringido, pero no por eso de menor calado psicológico y de menor entidad en el dibujo de los caracteres humanos. El Ismael que recordamos del último volumen de la trilogía es en Las ciegas hormigas la voz narradora: el niño de catorce años obligado a un aprendizaje cotidiano de supervivencia y a una estatura moral ineludible. Y la misma pluralidad de voces que se iluminan las unas a las otras, o se oscurecen. Ya lo dije en otra ocasión. Ramiro Pinilla es un maestro también en el arte de la omisión piadosa en medio de la salvaje obligación de sobrevivir.

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