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Columna
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Cabanyal zona cero

Rita Barberá destruye, arrasa y da pavor. Esta tarde de domingo volvemos a la zona cero de El Cabanyal. Paseo por sus calles, con la familia, entre las casas derruidas. Esta parte del barrio parece bombardeada con una extraña precisión tecnológica que genera cráteres milimétricamente rectangulares, la famosa retícula, la trama urbana que pretenden liquidar. Leemos una pintada escrita en blanco sobre el negro de un muro calcinado, Cabanyal prohibido no jugar y nos acordamos inevitablemente de los pequeños y hermosos parques de Berlín que florecieron para restañar las heridas de una ciudad devastada por la locura fascista y la aviación aliada. Paradójicamente El Cabanyal sobrevivió a los bombardeos de la Guerra Civil y es ahora, en el periodo más largo de paz y democracia que ha vivido este país, cuando el barrio aparece machacado por el delirio de la especulación. Un espejismo que la crisis económica global ha desvanecido. Cabanyal 2010, la sociedad creada por Rita Barberá y Francisco Camps, llega a la fecha que marcaba su teórico horizonte y apenas se sostiene con el dinero de unas instituciones que han dedicado el grueso de sus recursos a pagar los sobrecostos de la Ciudad de las Ciencias, las secretas cuentas de la visita del Papa y los negocios de la fórmula 1. Los empresarios han abandonado Cabanyal 2010 porque, a pesar del expolio, no ven la rentabilidad del proyecto. La última patochada ha sido el decreto del Consell por el que se suprime la protección de bien de interés cultural. Se han quitado la careta. El Cabanyal, gracias a Rita y a Camps, ya no está protegido. Está legalmente desnudo, no tiene un mal traje o un pequeño bolso con el que taparse las vergüenzas.

Contemplar, a través de los boquetes de las fachadas, la calle paralela produce vértigo. Una sensación que se atenúa al poco, cuando ves a los niños jugar, haciéndose dueños del espacio, o cuando hablas con unas vecinas que te enseñan "el gato más guapo de Valencia", la vida. La luz del invierno dota de una rara belleza a las ruinas. El reloj de sol de la Casa dels Bous recuerda el paso de un tiempo robado, años vividos en este espacio maltratado, niños que han pasado su infancia sin parque, mayores con la vejez sepultada entre escombros y gente que espera sin apenas esperanza. El principio de Eugenia Viñes, donde durante años Rita Barberá publicitó maravillosas piscinas olímpicas, mientras privatizaba la de las Arenas, es un gigantesco solar en el que ha arrasado casas y chaletillos. Llegamos al mar, donde la melancolía atenúa la rabia. Prolongamos el paseo hasta el viejo puerto convertido en un espacio espectral. Veles e vents, el moderno edificio construido por David Chipperfield, aparece vacío y precintado, como un barco a la deriva. El circuito de fórmula 1 se ha tragado árboles y jardineras. Luce un hermoso sol de poniente. Sobre el asfalto ruge un motor de juguete. Es un solitario coche teledirigido que da vueltas sobre sí mismo y que, posiblemente, tampoco sepa adónde va.

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