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Columna
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Verdad absoluta

David Trueba

Hace mucho tiempo que la contundencia de una imagen se impuso como la verdad absoluta. Ver bastaba para creer. Como el atentado de Carrero Blanco que construyó en maqueta el genial Emilio Ruiz para la película Operación Ogro y que es una imagen recurrente en cada repaso de la Transición. O como la entrada de Tejero en el Congreso, que muchos creen haber visto en directo en la tele aquella tarde de lunes, cuando en realidad las imágenes no estaban siendo retransmitidas. O como el primer paseo del hombre sobre la Luna, que forma parte de nuestra biografía emocional aunque entonces aún no hubiéramos nacido. Hasta la Biblia necesitó a Charlton Heston abriendo en dos el mar Rojo para vencer escepticismos.

No es raro pues, que ante tamaño poder de convicción muy pronto las imágenes fueran utilizadas para mentir, para manipular, para transformar la realidad, para torcer la verdad. El último episodio que nos tendría que hacer reflexionar es el caso del abogado guatemalteco Rodrigo Rosenberg. "Si usted está viendo este vídeo es porque he sido asesinado", comenzaba su testimonio estremecedor. Luego señalaba como culpable al presidente Álvaro Colom. En estos días, la Comisión contra la Impunidad dirigida por el prestigioso fiscal español Carlos Castresana ha llegado a la conclusión de que Rosenberg organizó su propio asesinato con la única finalidad de hundir al presidente de Guatemala.

Un final así es tan perturbador que nos obliga a mirar el vídeo de Rosenberg una y otra vez en busca de alguna certeza. A tratar de hallar si en el fondo de sus ojos se esconde la mentira, la obsesión o el brillo de la conspiración. ¿Cuál es la verdad? ¿La inmolación o la manipulación? Lo único que podemos sacar en claro de un suceso tan turbio es que las imágenes no son verdades absolutas. Aún somos analfabetos en el magma audiovisual. Ciegos a los que cualquier lazarillo malintencionado puede hacernos tropezar.

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