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AL CIERRE
Columna
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Deseos contemporáneos

J. Ernesto Ayala-Dip

No recuerdo en qué buena novela norteamericana leí este diálogo: "¿Cree usted en Dios?". "No, yo sólo creo en pagar mis deudas y en la buena educación". La respuesta no deja de ser la de una persona exigente consigo misma, además de serlo, con todo derecho, con los demás. Pero la respuesta no deja de ser también la de un impertinente. O un pelín borde, que dirían en mi barrio. Al margen de que uno sea creyente o no, me parece que la única respuesta posible a una pregunta de ese calibre era responder sí o no, pero no mezclar peras con olmos. La respuesta laica del personaje de la novela me parece muy interesante, pero sólo si se la orilla del contexto, digamos, teológico en que fue inspirada.

Al socaire de Larsson, pido que el número de hombres que aman a las mujeres aumente

Reflexiono sobre esto por los pasados días navideños y no por ninguna convicción trascendental. Los pesebres y las calles iluminadas me ablandan un poco. Soy fácil presa de villancicos y del exquisito panettone que nos colaron los italianos con tanta competencia en el manejo de la mercadotecnia. Y sobre las fechas navideñas, por cierto: nuestras autoridades municipales han decidido muy agnósticamente desear felices fiestas y no felices navidades. Ellos sabrán por qué mezclan tradiciones con la cada vez más invasiva autocensura de lo políticamente correcto. Otra vez las peras y los olmos. A mí de estas jornadas navideñas me interesa sobremanera el día de Reyes. Pido deseos. Si me los conceden, bien, y si no, otro año será. Por ejemplo, el año pasado pedí que por favor intercedieran ante las autoridades correspondientes para que en el metro quitaran esos horribles anuncios o advertencias emitidas con un innecesario dispendio de decibelios, o esas musiquitas insoportables. Les pedí este año que algunos tenderos no se quejen tanto de las obras que el Ayuntamiento acomete para arreglar y embellecer las aceras: Paul Krugman diría que así se ayuda a paliar la crisis. Y este año vuelvo a pedir, al socaire de Larsson, que el número de hombres que aman a las mujeres aumente exponencialmente, suponiendo que en esta sensible materia los Reyes Magos puedan hacer algo. Pero esa cifra no la sabré hasta el año que viene.

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