"La literatura y el periodismo son exageración"
Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) aparece con su eterno pañuelo en la cabeza, a modo de bucanero, en una de las empinadas calles del barrio de Lavapiés que parecen sacadas de un pueblecito marítimo. Y es que este escritor ha cruzado muchos mares. El primero, el océano Atlántico, en 1987. "Por hartazgo", dice. "Entonces hubo un intento de golpe de Estado fallido contra Alfonsín. Los golpistas, llamados carapintadas, anunciaron la formación de un partido político y las encuestas vaticinaron que serían la tercera fuerza. Así que me harté y me fui".
Antes de dejar Argentina hizo de todo: vendió sábanas estampadas por burdeles, o un matacucarachas que era un timo; fue maestro pizzero y golfo. "Pero desde los 10 años yo quería escribir", dice. Así que aterrizó en el Rastro de Madrid, no muy lejos del restaurante blanco y diáfano, algo hippy, contra el que hoy contrasta su figura de negro riguroso. Allí vendió pulseras y collares mientras tejía una intrincada red de contactos que le permitiría practicar el periodismo freelance. Cualquiera diría que este hombretón que usted ve en la foto y que come con fruición aquí delante esos grandes mejillones negros fue reportero social para revistas femeninas. Después, la vida le llevó a cruzar más mares y dirigir varios periódicos en Ceuta y Melilla, con bastante éxito: "No soy un líder nato", dice, "pero soy un liante. Júntame con 10 tipos y seguro que lío algo".
Tras 20 años como periodista, ahora, anclado en Madrid, es un prolífico escritor
Ahora, anclado en Madrid, es un prolífico escritor. En dos años y medio ha pasado de autor desconocido a publicar seis libros, entre relato, novela y poesía. Sus novelas -la última es Pero sigo siendo el rey- han sido muy premiadas y están teniendo buena acogida en Francia. Medio road movie, medio policiacas, medio humorísticas, en ellas aparecen trasuntos de personajes reales como el rey Juan Carlos, Paco el Pocero, Luis Cobos, Julio Iglesias o Baltasar Garzón. "Garzón metió el dedo en un montón de cosas en las que nadie tenía huevos a hacerlo", explica Salem con voz ronca mientras fuma compulsivamente. "Que tenga ambición de reconocimiento me parece perfecto. También yo quiero vender más que Stieg Larsson".
Así que, tras 20 años de periodista, ahora es escritor. "El periodismo, como la literatura, es una exageración. Exageración en el buen sentido: tienes que elegir qué hecho cuentas, cuál es el más importante. Cuando escribes narrativa tienes que elegir qué hecho cuentas de todos los posibles. Hay voluntad de mostrar algo. Si describes un campo de refugiados no vas a contar que hay 10 tíos que tienen iPod, sino las malas condiciones en las que viven. En una novela pasa lo mismo".
Y, además, poeta. En Madrid es uno de los cabecillas de un amplio grupo de esos poetas que se han dado en llamar urbanos y que se formó al calor del Bukowski Club, en Malasaña, que Salem codirigía. "La gente que está jodida escribe poesía, porque tiene rabia y la poesía está al alcance de cualquiera. En mis poemas, yo le digo al pan, pan, y al vino, vino. Luego hay quien te pone un nenúfar, pero ¿quién ha visto un nenúfar? Lo más parecido es el Pato W.C. que tienes en el baño".
Se acaba la comida, la cerveza, el tabaco, y Salem se marcha en busca de café a otro de los garitos portuarios de Lavapiés. No sin antes dejar firmada su novela con uno de sus lemas: "Si hay miseria, que no se note".
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