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Columna
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Amada mía

Él no duda ni un momento, se agacha y traspasa la estúpida cinta que lo separa de su amada. Consigue llegar hasta ella, la abraza y la besa. No es consciente de lo que está haciendo. Ella estaba al otro lado, justo el lado de los que son puros porque están cacheados, identificados, escaneados, palpados y digitalizados. Él estaba en la zona oscura de la sospecha, gente que puede ser maligna, terrorista, malintencionada, sucia y despreciable. Su horrendo acto, evitar el cordón de seguridad, pasar de un territorio a otro, hace tambalear todos los valores civilizados, impulsa la decadencia de Occidente, un golpe revolucionario de terribles consecuencias. Él es un irresponsable que desconoce la que se organizó con Adán y Eva por culpa de la manzana o con Romeo y Julieta por asomarse al balcón de su dormitorio. Cordón, manzana o balcón, el caso es que el aeropuerto se paraliza durante horas a la caza del posible terrorista y eso provoca el colapso de otros aeropuertos, pérdidas millonarias de compañías, crisis de identidad de los servicios de seguridad y de inteligencia y hasta intervenciones públicas del presidente Obama. Dicen que ya se sabe quién fue él, el último hombre que se atrevió a ignorar un cordón de seguridad pero, como siempre, nada se dice de ella, la mujer, Eva, Julieta, el objeto de deseo, la amada, la que vale más que un imperio.

Un senador norteamericano, uno cualquiera, afirma por televisión que debe caer sobre el amante todo el peso de la ley. En lugar de senador parece un físico disfrazado de político, porque le preocupa más el peso que la oportunidad de la ley. Simplemente, no se puede confiar la seguridad a un escáner pornográfico, ni a las intenciones de Salomé por quitarse los velos, ni acertó Esquilache por eliminar capas y sombreros de los madrileños. Un aeropuerto nudista sería más peligroso, sin duda, que dos amantes separados.

Pero lo importante es que ella debe estar muy orgullosa de su amado, porque su hazaña no tiene parangón. Antiguamente, para demostrar tu amor, tenías que vivir increíbles aventuras, luchar contra temibles dragones, asediar castillos, participar en justas y ordalías, algo verdaderamente agotador. Ahora la cosa es más sencilla, aunque mucho más peligrosa, ahora simplemente das un paso hacia ella más allá del límite de seguridad del aeropuerto y se desencadena toda la ira de los dioses. Mal estamos, cuando la seguridad de los países depende del gesto espontáneo de un ciudadano enamorado.

Por eso, los que no tenemos vocación de héroe preguntamos tímidamente, ¿amada mía, te importaría coger el coche en lugar del avión y visitar Segovia en vez de Nueva York? Ya sé, ya sé que no es lo mismo, que le falta pasión y algo de aventura, aunque también tiene su riesgo, pero es que a mí me impresionan mucho los senadores norteamericanos.

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