Oral Roberts, 'teleevangelista' que creó un imperio
Logró recaudar cifras millonarias predicando en la radio y la televisión
Un buen día de 1987, el teleevangelista Oral Roberts, fallecido el pasado 15 de diciembre en su casa de California a los 91 años y a causa de una pulmonía, apareció ante sus fieles en Oklahoma y les dijo: "Todos en esta congregación podríamos hablar de ellos, de ciertos muertos que resucitaron, muertos mientras yo estaba dando el sermón. Tuve que parar y adentrarme en la multitud, para resucitar al muerto, y seguir con el sermón".
Así era Oral Roberts. Para unos, una fuerza desbocada de la fe. Para otros, un charlatán con formas de embaucador. Fue un pionero entre los evangelistas que coparían los platós de televisión para pedir dinero con el fin de convertir a las masas, el primero en asegurar sin ambages que Dios recompensa la fe con fortuna y dinero. Construyó un imperio, con sede en Oklahoma. Invocaba a Jesucristo y aseguraba recibir mensajes de Satán, siempre con un fin: necesitaba dinero para mantener su imperio a flote.
Nació en la pobreza en Ada, Oklahoma, en 1918. Sus padres eran predicadores. De pequeño sufrió una tuberculosis. Dios, decía, le salvó. En los años setenta le contó a un periodista de la revista Time que cuando un predicador le curó de su enfermedad, vio a Dios, y Dios le dijo: "Hijo mío, te voy a curar, y tú le vas a transmitir el mensaje de mi poder curador a tu generación".
Comenzó en la fe pentecostal, una variante del evangelismo, que cree que los fieles pueden tener conversaciones directas con Dios. Creen con fervor que la Biblia es la palabra sagrada de Dios, que todo lo que en ella se dice debe ser interpretado literalmente. Dicen curar con la imposición de manos y, en sus misas, aparecen poseídos por el Espíritu Santo y hablando en extrañas lenguas ignotas. A finales de los sesenta, sin embargo, Roberts dejó el pentecostalismo y se adscribió al metodismo, también una variante del evangelismo pero ligeramente más discreto en el espectáculo del rezo.
De joven, Roberts comenzó a recorrer el país predicando. Asaltó las emisoras de radio. Escribió libros. Y en los años sesenta comenzó a aparecer en televisión, en caros y elaborados programas con actuaciones musicales de grandes estrellas como Johnny Cash. Su especial de Navidad en 1972 tuvo una audiencia de 25 millones de espectadores.
Fundó un imperio, con escuelas de medicina, facultades de Derecho, revistas y emisoras propias. Mantenerlo costaba dinero. Mucho. En 1987, sus empresas hacían agua. Compareció en televisión para decir que Dios le había dicho que le llamaría a los cielos si no era capaz de recaudar ocho millones de dólares. "Yo sólo rindo cuentas del mismo modo que Dios", dijo. Así era el Dios de Roberts, capaz de amenazarle con la muerte. Roberts consiguió nueve millones.
Con el tiempo, sin embargo, no fue suficiente. En 1993 dejó la presidencia de su propia universidad. Dejó al frente a su hijo Richard, a quien tres profesores acusaron, en 2007, de despido improcedente y de uso personal de los fondos de la institución educativa. Roberts hijo acabó dimitiendo. Desde entonces, la universidad, en la que estudian más de 3.000 alumnos, se ha distanciado de la congregación que lideró el mítico evangelista.
Según la portavoz de la familia Roberts, Melany Ethridge, Oral Roberts habló con Dios antes de morir. A sus fieles les quiso dejar un mensaje: "Después de que me haya ido, otros juzgarán si he obedecido las leyes de Dios y si he sido no un eco, sino una voz similar a la de Jesús. Por lo que respecta a mi conciencia, he intentado ser esa voz con cada fibra de mi cuerpo, sin que me importara el precio".
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