País
En la alternativamente fatigosa, reiterativa, entretenida y a veces psicoanalizable charla en Internet sobre lo divino y lo humano que mantengo con el personal en Internet desde hace demasiados años, me pregunta alguna vez gente presuntamente cultivada mi opinión sobre Belén Esteban, presuponiendo que no puedes moverte por la vida de este país si ignoras la volcánica personalidad y las hazañas sentimentales y dialécticas de este castizo símbolo nacional. Negar estar al tanto de las movidas de alguien cuya popularidad sólo es entendible en función de la depredadora capacidad contagiosa de la estupidez, la nadería con toque folclórico, el desgarro zarzuelero, tema de laborioso y deprimente ensayo para la sociología, puede etiquetarte como snob o marciano.
Pero me repiten hasta la náusea durante toda la semana que el momento más trascendente que va a ocurrir en televisión, el asunto que moviliza la atención de la mayoría de los españoles, va ser la aparición en el obsceno circo que conduce modélicamente la desvergüenza de Jorge Javier Vázquez de la tal Esteban contando los milagros que han logrado el bisturí y el láser con su devastado rostro. Percibes esa demencial expectación en las conversaciones de bares y restaurantes, en las tiendas, en tu culta profesión, en la juguetona y sofisticada modernidad usurpándole la exclusividad al impresentable marujeo.
Los espeluznantes datos del share confirman el esplendor de la aberración. Se supone que en la noche del viernes y en esta época medio país está fuera de su casa, pero entre los que no habían salido, seis millones y medio de personas concentraban su morbosa atención en la aparición de su restaurada diosa.
Ninguna responsabilidad profesional puede obligarme a aumentar esa audiencia. Cada uno se divierte como puede. Yo dedico la noche a revisar en DVD por tercera y gozosa vez el mejor cine que ha hecho en toda su historia la televisión. O sea, esa serie genial llamada The wire. Al cambiar el disco, la indeseable costumbre del zapping me conecta con Telecinco. La opiácea artista Esteban ya se ha largado, pero los buitres comentan con fervor las frases más sublimes de su subdesarrollada diva. Creo escuchar: "Por mi hija mato", "Vengo aquí y me lo llevo", "Ni que yo fuera el Bin Laden". Qué bochorno, qué país.
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