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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Crónica de un amor obsesivo

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En Grand Central Station me senté y lloré (1945) es el autobiográfico, libérrimo, obsesivo y lírico manifiesto de la escritora canadiense Elizabeth Smart en defensa del amor a ultranza y a cualquier precio, del amor platónico convertido en ovidiano, del amor exaltado que nació de la literatura -Smart cayó fulminada por la flecha de Cupido a los 24 años, enamorándose del poeta británico George Barker sin conocerlo y habiendo apenas leído unos cuantos poemas suyos en una librería londinense- y se consolidó en la literatura cuando Smart lo atrapó para siempre, como una mariposa atravesada por un alfiler, en la novela que ahora reseñamos y que se publicó a los cinco años de relación entre la autora y el poeta, con una tirada de 2.000 ejemplares que no le hacía justicia al éxito que acabó alcanzando en el mercado. Como tantas mujeres liberadas de principios del XX, Dorothy Parker, Katherine Anne Porter, Virginia Woolf, Vita Sackville-West, Gertrude Stein, Anaïs Nin o Jean Rhys, Smart abandonó su Ottawa natal y dio la vuelta al mundo esgrimiendo una fuerza anímica y una pasión por el amor y por la vida que se reflejan en la técnica de su novela autobiográfica, de tempo acelerado y fraseo ansioso, construida con monólogos interiores, imágenes poéticas sucediéndose de forma vertiginosa, una primera persona excitada, anhelante y solipsista que teje prosa poética valiéndose de metáforas nacidas de la vanguardia, del futurismo las más físicas y corporales, del surrealismo las nacidas de la mente y la conciencia. Smart escribe como alma que lleva el diablo, perseguida por sus propias ansiedades y congojas, entre el placer mental de ver consumado su amor con un hombre casado y el placer carnal de consumarlo ininterrumpidamente. En Grand Central Station me senté y lloré es un homenaje a la pasión amorosa que en ocasiones alcanza la brillantez de un talento natural y desatado ("convirtieron una simple mirada por la ventanilla del vagón en una plenitud insoportable", "yacemos como lagartos al sol, aplazando indefinidamente nuestras vidas"), y que a veces no pasa de la esforzada redacción de una colegiala enamorada ("este océano desbordante es el amor, y brota de mí a chorros", "tatúame en tu brazo, pues el amor no es menos poderoso que la muerte"), pero siempre brota la sangre por sus venas, hay fuerza poética, la traducción es impecable y se oyen al fondo, a veces, los ecos de William Blake o de Rilke.

En Grand Central Station me senté y lloré

Elizabeth Smart

Traducción y notas de Laura Freixas

Periférica. Cáceres, 2009

155 páginas. 17,50 euros

Más información
Primeras páginas de 'En Grand Central Station me senté y lloré', por Elizabeth Smart

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