Ni frío ni calor
Aún humeantes las cenizas del saqueo financiero y con las cataplasmas a cuenta de la tesorería pública, para que no se diga que el auxilio social discrimina entre ciudadanía dependiente y delincuencia de altos vuelos, hete aquí la estampa prenavideña de las aves carroñeras que oscurecen el cielo de Copenhague, prestas a abalanzarse sobre nuestros futuros despojos y otros daños derivados del cambio climático. El planeta se va al garete, cierto, pero habida cuenta de que todos vamos a palmar, ¿qué impide hacer negocio con el reparto al por mayor y estraperlo de tóxicos? La capital de Dinamarca vuelve a oler a podrido y esta vez sin echar mano del socorrido diálogo de Hamlet. Maletines repletos, comisionistas de oficio, políticos de serie y emprendedores con las garras afiladas se disputan los últimos dominios que ofrece este capitalismo terminal. Puede que haya otro, pero no en esta galaxia. La negación de una evidencia, cual es pasear en mangas de camisa hasta la víspera de la nevada invernal, ha dejado paso a la carrera por rebanar el botín, ya sea en forma de reservas petrolíferas árticas, pinares sin edificar, atunes en extinción o trasvases hacia ninguna parte. Cualquier espejismo vale, a condición de esconder la realidad y evitar un cambio de hábitos y prioridades. Aparte de la incomodidad o la restricción para el usuario, semejante prédica entre el personal votante podría suscitar desapacibles preguntas con respuesta, del tipo: ¿por qué nadie paró a tiempo la fiesta y los artificios?
Y si Copenhague es la capital de la transacción, aquí domina el mercado de intangibles del agua. Si les sacan del trasvase del Ebro o del expolio del Xúquer, se marean ¿Cambio climático? Como diría el conseller forense metido a oftalmólogo, ni frío ni calor: cero grados. La próxima oleada migratoria llegará desde los mares del Sur y no precisamente a bordo de catamaranes. La alcaldesa de Valencia quiere salvar de la ley de costas los chiringuitos de primera línea. Su derribo, proclama, pondría fin a una forma de vida. Caramba con la tradición. De su más que probable inmersión por causa del deshielo, nada dice. Ni del modelo productivo oficial: cursa una carrera y dos masters, para servir tapas con oleaje al fondo. Cree la autoridad que sólo el archipiélago de Tuvalu quedará sumergido antes de que sus aborígenes desarrollen branquias. En el peor de los casos no importa que el nivel del mar alcance Morella y sus fósiles bivalvos recobren vida, a condición de hacerse con los amarres del futuro club náutico. Y nadie dude de la preocupación de Rita por el termalismo planetario, que para eso creó una concejalía del cambio climático que garantiza aire acondicionado en verano y calefacción en invierno. En las dependencias municipales.
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