América Latina, contagiada pero menos
La crisis financiera global todavía vigente es la primera en muchas décadas cuyo epicentro no ha estado próximo a América Latina, ya sea por razones geográficas o por las derivadas de una sintomatología común con las economías inicialmente afectadas. Aunque no ha podido escapar al contagio general, la magnitud del impacto en la región ha sido muy inferior que en ocasiones anteriores. En realidad la recuperación es más explícita que en otras regiones, aunque se encuentre lejos de igualar las tasas de crecimiento superiores al 5% que han estado presentes durante el reciente periodo de bonanza, entre 2004 y 2008.
La ilustración de esa menor afectación por esta crisis es el objeto de la primera parte del informe Perspectivas Económicas de América Latina, presentado la pasada semana en Madrid; ha sido elaborado en el seno del Development Centre de la OCDE que dirige el economista español Javier Santiso. Indicadores de exposición a los choques mundiales (expresivos de la intensidad de los vínculos con el resto del mundo que determinan las balanzas por cuenta corriente) o de resistencia (asociados a la diversificación de los ingresos por exportaciones y los procedentes de las remesas de emigrantes, así como la disposición de instrumentos de política económica anticíclica) ponen de manifiesto que la región ha cambiado en estos últimos años para bien: se han aprendido algunas de las lecciones que dejó la más severa de las crisis sufridas por la región, la derivada de la deuda externa acumulada durante los setenta, impagada a partir del verano de 1982. Ése fue, recordemos, el inicio de la denominada "década perdida" en la región.
La posición financiera de la mayoría de las economías de la región es mucho más sana que en anteriores crisis
Ahora las cosas han sido afortunadamente distintas. Sin entrar en todos los componentes de ambos indicadores, es un hecho que la posición financiera de la mayoría de las economías de la región es mucho más sana que en episodios de crisis anteriores: mucho más resistente a eventuales choques financieros externos. El stock de deuda pública, por ejemplo, es bastante más reducido, los vencimientos más dilatados y la composición por moneda mucho más adecuada, con una participación significativa en moneda nacional. Tampoco los tipos de cambio de las monedas locales se encontraban en una posición amenazada. En realidad, las economías latinoamericanas seguían siendo exportadoras netas de capitales cuando se desencadenó la crisis: los saldos por cuenta corriente de la mayoría de las balanzas de pagos eran excedentarios.
Sin menoscabo de las mejor orientadas políticas económicas en la mayoría de los países, uno de los factores de naturaleza estructural en mayor medida reductores de esa exposición a convulsiones externas es la importancia que han cobrado las remesas de los emigrantes latinoamericanos. El análisis de esos flujos forma parte de esa pretensión por abordar ámbitos más directamente vinculados a algunas de las transformaciones estructurales de la región: más determinantes del desarrollo a medio y largo plazo. Maximizar la contribución de la emigración y las remesas al bienestar de las economías es el asunto al que más atención se presta en la última edición del informe citado.
Se nos recuerda que son más de 20 millones los latinoamericanos que residen fuera de su país (en países de la OCDE de forma muy mayoritaria, con EE UU y España como principales receptores), casi el 5% de la población de la región; en el Caribe esa proporción es el doble. Todos forman parte de ese 3% de la población del planeta (algo más de 190 millones de personas) que son emigrantes, según Naciones Unidas. No son pocas las consecuencias económicas que se derivan de la envergadura que esos movimientos han cobrado en los últimos años. En la economía española no faltan elementos de juicio para valorar su múltiple impacto estrictamente economico: sobre el mercado de trabajo, sobre la especialización sectorial de la economía y, en definitiva, sobre la calidad e intensidad del crecimiento económico.
El aspecto ahora más significativo de esos movimientos de personas es la cuantía de las remesas de divisas a sus países de origen: la asignación de las mismas y, desde luego, la sostenibilidad de sus cuantías mientras la crisis esté instalada en algunos de los países emisores. En términos relativos esos flujos han pasado de representar menos del 0,1% del PIB de la región en 1980 a superar el 1,5% en 2007. Son desde hace años muy superiores a los correspondientes a la ayuda al desarrollo y equivalentes a los flujos de inversión extranjera directa (IED). Para las economías del Caribe y para las centroamericanas los flujos de remesas llegan a representar en promedio más del 10% del PIB. México es el principal receptor, con más del 40% de los flujos totales que se dirigen a la región.
Más allá de su asignación mayoritaria a consumo por los receptores, los efectos de esas remesas pueden ser significativos sobre el desarrollo de las economías destinatarias si, entre otros aspectos, contribuyen a fortalecer los sistemas financieros. Son cada vez más numerosos los trabajos empíricos que validan esa presunción. Eso es especialmente relevante en una región en la que el grado de "bancarización", o cualquier otro indicador de desarrollo financiero, sigue siendo relativamente bajo. La contribución al desarrollo financiero no tendrá necesariamente que producirse replicando el itinerario seguido por otras economías, como la española, sino aprovechando, por ejemplo, las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). El aprovechamiento de la telefonía celular para la extensión de los pagos móviles es, tal como se destaca en el informe (así como en otros de la Fundación Telefónica y del BID), una alternativa a la "bancarización" tradicional, una vía para superar restricciones tradicionales en ese proceso de desarrollo financiero. Adecuar la regulación es el reto principal, no sólo en América Latina.
No hace falta insistir en que la alfabetización tecnológica y financiera pasa a convertirse, también en relación con este ámbito, en una condición necesaria para la mejora del bienestar.
Previsiones recientes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) anticipan que las remesas a la región se reducirán este año en un 11%, medidas en dólares de EE UU. Se trata de la primera inflexión en el crecimiento de esos flujos desde que el BID inicio el registro de los mismos, en 1999: desde entonces los flujos oficialmente registrados se han más que triplicado. Ésta es una de las señales que matizan el optimismo con que se pueden asumir las previsiones económicas para el año próximo y la capacidad para cantar victoria ante el principal enemigo al que se enfrenta la región desde hace décadas: la extensión de la pobreza y el desigual aprovechamiento de esas mejoras defensivas.
El menor crecimiento económico derivado de la crisis y las igualmente insuficientes políticas sociales serán los responsables de que la pobreza vuelva a avanzar en este y el próximo año en la región. Serán más de 39 millones de personas los que caerán por debajo del umbral correspondiente, anulando los avances conseguidos en los cinco años anteriores a la emergencia de esta crisis. Es una cifra suficientemente respetable para que aproximaciones analíticas y como las que ofrece la OCDE en este trabajo sean tomadas en consideración. En especial las recomendaciones de proteger especialmente a esos colectivos verdaderamente expuestos a la erosión de un precario bienestar.
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