_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Estado de la Obesidad

No voy a hablar del niño mórbido pero su caso me servirá para hilar a pie de obra una fabulilla sobre la comida basura que indudablemente está engordando hasta extremos inauditos la barriga de este Estado llamado del Bienestar por muchos, pero que yo sostengo que es un Estado de la Obesidad.

La última crisis detectada hace tres años por los analistas y que ha sacudido el mundo como una gelatina tenía ya un comportamiento parecido al de la hamburguesa XXL, mataba el hambre de los necesitados pero obstruía las arterias del aparato circulatorio hasta extremos que se han tornado próximos al infarto.

La metáfora de Fanny Mae y las subprime, de Martinsa y sus replicantes de por acá se puede explicar clínicamente como un exceso de hipercolesterolemia, una panza tan llena de residuos, tan opulenta desde fuera y que sin embargo estaba plagada de peligros para cualquier observador atento a la salud del paciente. Ahora bien, los Estados siguieron jugando su partida sin ver que los agudos endocrinos de las finanzas estaban suministrando un veneno de difícil medicación. Esa básicamente es la cruel historia de amor del capitalismo reciente.

La crisis se produjo por una hamburguesa XXL: mataba el hambre pero obstruía las arterias

El adelgazamiento propugnado por las pasarelas internacionales del neoliberalismo estaba en entredicho: sus modelos anoréxicos habían engordado tanto y sin razón aparente que todo el mundo se preguntaba adónde habían ido a parar las sacrosantas razones de la no intervención en los mercados, es decir, de la correcta alimentación del paciente. Y no es que al neoliberalismo le importe un bledo el hambre en el mundo, que no le importa, sino que hacía la vista gorda a una nueva receta que, ahíta de ganancias y dinero fácil, dejaba ver el plumero, es decir, el pan para hoy hambre para mañana estaba a la vuelta de la esquina.

Ni el hambre le importaba ni la sostenibilidad tampoco, palabra ésta que parece llenar hoy el estómago de la utopía, pues al parecer la consigna desde Wall Street y otras cocinas del infierno era la de engordar como cerdos y navegar por los cielos como globos aerostáticos.

Pero el globo pinchó y he ahí que el denostado Estado del Bienestar tuvo que tomar cartas en el asunto y ocuparse de que el niño no siguiera engordando porque con él reventaría también la probabilidad de que la dieta neoliberal reventara las cañerías donde el flujo sanguíneo y el flujo monetario se mezclan en el mismo torrente.

La crisis, y sigo con la metáfora, tiene unas propiedades muy curativas para el sistema: la primera es el adelgazamiento, la segunda una oportunidad para introducir otras dietas. Sin embargo, hete ahí, que la mayoría del grupo dietético del G-20 ha echado una mano a los mismos dispensadores de comida basura: los bancos. Y estos han hecho una cosa: reponer fuerzas sin dar un duro a las familias necesitadas, es decir siguen cebándose sin arrojar el hueso.

Contada de este modo la fábula, acostumbrados a años de bonanza alimenticia, no nos sorprende que los famélicos de una y otra condición llamen a las puertas del Estado para dilucidar las nuevas situaciones de desnutrición tales como la de los marineros del Alakrana, la de la activista saharaui en huelga de hambre, la del timo de la estampita de Afinsa y, por supuesto, la del niño obeso que sus pobres padres han engordado tan a conciencia que la Xunta le tiene que poner a dieta.

El dilema de los omnívoros, en estos días que a lo largo del país se sacrifican cerdos por doquier cebados hasta la saciedad, es preocupante: el planeta se va degradando cada vez más por nuestro ancestral comportamiento carnívoro, aunque si convenimos que los animales tienen derechos, ¿qué demonios hacemos comiéndolos?

Otra premonición resulta de las fusiones altas en calorías: está de moda pensar que las finanzas cuanto más rellenitas mejor y ahí está Feijóo como Hamlet tratando de fusionar el cerdito de los coruñeses con los vigueses. No sabemos si el cocinero saldrá airoso de este caldo gordo. Desde aquí le proponemos que además de respetar el derecho de los animales piense también en el precio de la cebada. Respecto del niño algunos pensarán que puede seguir comiendo gusanitos tranquilamente aunque según el derecho universal, por difícil que sea entenderlo, alguien tiene que decirle que también existen los grelos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_