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Columna
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El PSOE y el 'lobito bueno'

Érase una vez un alcalde bueno al que maltrataban todas las leyes. Había también unos fiscales malos, unos ecologistas latosos y unas próximas elecciones. Todas estas cosas había una vez, cuando el PSOE soñaba con un mundo al revés. Érase otra vez una Ley de Ordenación Urbanística de la que se quejaban todos los alcaldes. Había también un Gobierno que la promulgó, un partido político que la aprobó y un discurso detrás que la respaldó. Todas estas cosas se decidieron una vez, cuando los ayuntamientos volvían sus pueblos del revés.

Érase muchas casas de aperos de labranza que se convertían en chalés con piscinas. Había también un técnico que las rechazaba, un secretario que alertaba de su ilegalidad y un informe desfavorable de la Comisión Provincial de Urbanismo. Todas estas cosas pasaron una vez, cuando demasiados alcaldes leían los papeles al revés. Érase una vez un partido político que ofreció asesoramiento jurídico a sus alcaldes por incumplir las leyes aprobadas por ese mismo partido político. Había también un presidente de la Diputación que respaldaba la iniciativa, unos dirigentes que apelaban a la honradez de sus alcaldes imputados y unos primeros ediles que anunciaban una sublevación. Todas esas cosas sucedían en Andalucía a la vez, cuando el PSOE empezó a temer que el gobierno de muchos ayuntamientos se volviera del pepé.

Érase una vez un alcalde al que se le encontró debajo de su colchón un fajo de billetes. Había también un arquitecto que en vez de vigilar la legalidad la incumplió, y unos funcionarios que hicieron la vista gorda. Todos cobraron a la vez, por eso la Justicia actuó y el alcalde fue expulsado de su partido imputado por un juez. Érase una vez otro alcalde que firmó la construcción de cuatro chalés en un suelo no autorizado. Había también un familiar de un miembro de su gobierno propietario de una de las casas y una inmobiliaria que las puso en venta desde un local propiedad del regidor. Todas esas cosas irregularidades sucedieron también a la vez, pero cuando la Justicia actuó el partido del alcalde le ofreció un abogado para sacarlo del estrés.

Érase una vez unos principios políticos. Unos principios para los malos y otros principios para los menos malos. Había también un lobo malo para la corrupción y un lobito bueno para las irregularidades. Así como una ética para el delincuente que trinca y un abogado para el que comete delitos sin trincar. Unas ilegalidades grandes y otras ilegalidades pequeñas, así como un moral para Andalucía y otra para cada provincia, al igual que había anuncios de dimisión una semana y dimitidos que no dimitían a la semana siguiente. Todas estas cosas pasan alguna vez, cuando la moral se estruja y la vara de medir se pretende volver del revés.

Moraleja: Todas estas cosas les suceden al PSOE por tener un código ético, como dijo el secretario general del PP de Andalucía, Antonio Sanz. En el PP, donde no lo tienen, no hay tanto remilgo hacia los imputados. Se les mantienen en las listas, ganan elecciones y se les inventan excusas. La última ha sido del alcalde Francisco de la Torre, que ha descubierto un nuevo concepto ético. El de la incidencia presupuestaria del chanchullo. Hace unos días un concejal del equipo de gobierno del PP admitía en un pleno que había contratado 18 obras a dedo con la empresa de su cuñado y el alcalde le restó importancia a los hechos "por su escasa incidencia presupuestaria". Son casi 300.000 euros en adjudicaciones en tres años. Una minucia para De la Torre, según esta nueva modalidad de ética económica para el chanchullo.

Sin embargo, el problema de la relación entre ética y economía es su carácter acumulativo. Y la cacareada austeridad de De la Torre empieza a tener ya, amén de problemas de estética, una indudable "incidencia presupuestaria" motivada, esencialmente, por la acumulación de chanchullos.

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