Imprevistos
En la ficción siempre ha funcionado: un incidente, una noticia inesperada o una situación aparentemente manejable desatan un desarrollo imprevisible. Véase el caso de Breaking bad, una buena serie que no ha obtenido el éxito que merecía.
El argumento arranca con un modesto profesor de Química cuya mujer e hijo sufren serios problemas de salud. Al profesor le diagnostican un cáncer incurable y alguien le propone que utilice sus conocimientos químicos para fabricar drogas sintéticas. El profesor piensa que merece la pena el riesgo porque necesita dinero para su familia y él, al fin y al cabo, se va a morir. El profesor Walter White acaba convirtiéndose, después de tremendas peripecias, en el mayor traficante de Nuevo México.
En la realidad, a veces, las cosas también adquieren un desarrollo imprevisible. Pero el truco no funciona como en la ficción. En la realidad, estos mecanismos narrativos acaban generando disparates. Y no divierten a nadie.
Hasta donde recuerdo, el lío del Estatut catalán comenzó con una situación fácilmente resolvible: Cataluña tenía un déficit de financiación. Eso era indiscutible para cualquiera que mirara con honestidad las cifras, al margen de que la Generalitat derrochara o no. Se podía haber mejorado la financiación, pero en España las cosas nunca se hacen por la vía sencilla.
Para obtener más dinero, los partidos catalanes (menos el PP), alentados por el presidente Zapatero, empezaron a redactar un nuevo Estatut. Y ya ven. El Tribunal Constitucional ha pasado tres años en supuesta deliberación y en ese tiempo ha agotado toda su autoridad como institución; los partidos catalanes se han metido en un callejón de difícil salida; y Zapatero no va a salir ya del callejón en su vida. Eso no es todo: un grupo de periódicos se ha tomado el enredo como un casus belli.
Y no es seguro que la cosa acabe aquí. No se extrañen si dentro de unos capítulos alguno de los protagonistas se ve convertido en el mayor traficante de Nuevo México.
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