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Columna
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Máis BNG

La afirmación de Kant de qué con la madera torcida de la que están hechos los hombres no puede construirse nada completamente recto es también verdad acerca del nacionalismo. No hace mucho me decía un inteligente militante de la UPG -el partido matriz del BNG- que toda la disputa interna en esa organización se reducía a una cuestión de reparto de cargos. Bastaría con "comprar" a algunos dirigentes de Máis BNG o Encontro Irmandiño con el ofrecimiento de puestos de salida para reconducir las diferencias internas. Es un punto de vista que no difiere de la alusión de Mariano Rajoy -una advertencia a Esperanza Aguirre- a que es él, y no otro, el que tiene el poder de establecer las listas electorales. Es mediante esos mecanismos que los partidos (todos más o menos estalinistas) silencian las críticas internas y premian la conformidad. En el caso del BNG ese mecanismo demostró ser muy eficaz en el pasado y no hay porqué dudar de que lo sea en el futuro.

Como el Asno de Buridán, el nacionalismo no sabe cuál de los dos montones de heno comer

El pero viene de si puede ya el nacionalismo gallego andarse con paños calientes. En las últimas elecciones europeas, en junio, el BNG cosechó un exiguo 10% de votos. Es de suponer que en el futuro ese porcentaje se verá aumentado, pero no lo bastante como para evitar convertirse en el mejor de los casos a un mero condimento de un gobierno de mayoría socialista, como ya es el caso en la mayoría de los ayuntamientos del país. Un desastre, derivado de una muy mala gestión de su espacio, de una casi neurótica alergia a la ósmosis social y de un ensimismamiento que se agrava por ese acartonamiento producto de la edad, que de nadie se compadece. Si no aspiran a ganar al menos ese 25% de votos que se declara a si mismo nacionalista se situará al borde de la consunción.

Todo indica, de hecho, que al BNG no le caben otras medidas que las quirúrgicas. Así lo reconocen muchos dirigentes en privado, sin dar un duro porque tal eventualidad tenga la más mínima posibilidad de realizarse. Muchos de entre ellos son conscientes de que más allá de haber satisfecho la función expresiva para la parte de la población que lo sostiene el nacionalismo ha frustrado a sus votantes una y otra vez, y les ha hecho preguntarse cuál es su utilidad. Anxo Quintana pretendió un viraje fundado en una intuición de la partitura cabe que acertada, pero ejecutada con pésimos intérpretes. Sin embargo, después de la experiencia del bipartito, el BNG, por boca de Francisco Rodriguez, que es el gran augur y la batuta golpeando el atril, parece haberse convencido a sí mismo de que toca repliegue. Lo que el nacionalismo ofrece hoy es sólo la estrategia del caracol: confiar en que el sufrido y paciente electorado se vea obligado, por descarte, a retornar a porcentajes aceptables para el statu quo orgánico.

Eso incluye a Máis BNG, el polo alternativo a la UPG, en estado de hibernación a pesar de la asamblea que realizó el sábado. El Libro Gordo de Petete dice que tres son las cosas decisivas para un grupo político: organización, programa y definición política, y, finalmente, liderazgo. Ninguna de esas tres cosas parece poseer Máis BNG y, sin ellas, es difícil marcar la agenda interna y ya no digamos la externa. De momento, todo se reduce a expectativas y miedo, mucho miedo. Una gran incapacidad para construir un nuevo lenguaje y otro estilo que pueda llegar a porcentajes más vastos de gente. De momento, Máis BNG es, en efecto, lo que asegura su nombre, sin que haya cambiado una coma.

Sobre el papel caben pocas dudas de que lo mejor para el nacionalismo sería que tuviese dos opciones diferenciadas, una de ellas buscando el centro izquierda, que es tal vez su lugar natural en Galicia. Si el nacionalismo ha de crecer, es obvio que ha de preguntarse por qué motivo resulta tan refractario para grandes segmentos de la clase media urbana. Pero se opone a ello la ley electoral que obliga a un mínimo del 5% para obtener representación parlamentaria y la ley D'Hondt que castiga la división, como lo haría el electorado. No hay ni que decir que, concretamente, ciertos alcaldes de la órbita de Máis BNG perderían su asiento.

En realidad, da la impresión de que el nacionalismo se ha metido a sí mismo en un callejón sin salida. Como el Asno de Buridán no sabe cuál de los dos montones de heno comer y eso le puede llevar a la muerte por inanición. Su instinto le lleva al conservadurismo, a reafirmarse en las Verdades Reveladas, aun al precio de saber que llevan a la irrelevancia. Si, al contrario, intenta otro camino, no sólo arriesga una identidad, cuya confirmación siempre causa placer, sino que puede causar descontento entre los afectos acostumbrados a la vieja gestualidad. Para más inri, nadie puede estar seguro de que no haya pasado ya el tiempo de un cuarto partido. Las cosas han transcurrido de un modo en que su situación, siendo dramática, corre el peligro de empeorar. Salvo que suceda un milagro, parece que su misión es resolver la cuadratura del círculo.

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