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Reportaje:FUERA DE RUTA

El botín del capitán Morgan

Una ruta ecológica y vital por Panamá, de la capital al parque nacional de Portobelo, las playas de Isla Grande y la provincia de Chiriquí

Dicen que Panamá es el lugar del mundo donde se cogen más constipados. Extraña aserción teniendo en cuenta el anticiclón casi permanente en el que vive instalada la ístmica república. No obstante, se entiende al momento cuando uno desembarca en la capital y se da de bruces con el shock térmico provocado por las masas oceánicas del mar Caribe y el Pacífico, que saturan la atmósfera de una humedad a veces asfixiante, y a continuación entra uno en sus hoteles de termostatos polares. Ahora bien, es de los pocos peros que se le pueden poner, y considerando que ya estaba avisado por ser mi segunda visita, llego al país dispuesto a sumergirme en él como si fuera la marmita de Panorámix.

Esta vez busco un Panamá diferente al margen de la epopeya del Canal, sus servicios de banca y seguros, la zona franca de Colón o el abanderamiento de barcos. La ciudad de Panamá, su capital, me recibe con ese don para yuxtaponer por el que puedes pasar tranquilamente de los rascacielos del distrito financiero a la torre de la antigua catedral en ruinas, y de los scalextrics de las autopistas a las casas de madera color pastel. No dejo de recomendar un par de cositas en un perímetro razonable alrededor del casco viejo, y un par de ellas más saliendo de la ciudad. Una es Las Bóvedas, una reminiscencia de la época en que el terrorífico capitán Morgan asolaba estas costas, que antiguamente eran unos cubículos que se llenaban de agua cuando subía la marea de modo que ésta llegaba hasta el torso de los prisioneros, y donde enviaban a cualquiera que se levantase contra la Corona española. En la actualidad, tras la preceptiva restauración, se halla destinada a una función más amable: galería de arte. Y tampoco deberían dejar de visitar la iglesia y convento de Santo Domingo, un templo en ruinas del siglo XVII, cuyo famoso arco Chato lleva tres siglos en pie sin apoyos, así como la iglesia de San José, que guarda un altar de oro ornamentado que fue lo único que no se llevó el pirata Morgan cuando se dedicó a saquear la ciudad.

Los arrecifes de coral

Ya fuera de la ciudad, aprovechen para desplazarse hacia el norte, hasta la ciudad de Colón, y torcer luego hacia el oeste; allí, encaramado en un acantilado sobre la desembocadura del río Chagres, les aguarda el fuerte de San Lorenzo, también destruido, cómo no, por Henry Morgan. Merece la pena por las magníficas ruinas, pero también por la franja de majestuoso bosque tropical que hay que atravesar para llegar allí. Luego, hacia el noreste de Colón, tienen Portobelo, que sin duda hace honor al nombre que le puso Cristóbal Colón. Un pueblito marinero que fue populosa ciudad portuaria, con restos de murallas y fortificaciones, y cuyo auténtico tesoro se halla bajo las aguas, pero no en alguno de los galeones hundidos de la flota de las Indias que cargaban el oro y la plata hacia España, sino en la vida subacuática del parque nacional Portobelo, con más de 50 especies de coral en sus arrecifes y una pléyade de bichos submarinos, peces vela, sábalos, tortugas, tiburones blancos... Una vez aquí, sería un pecado que no cogieran el barco que hace la ruta regular con Isla Grande, a diez minutos de la costa, uno de esos lugares con playas de arena blanca y palmeras alabeadas. Uno, que entiende que no existen los paraísos colectivos porque la idea de felicidad como tal es distinta en cada persona, piensa que ese lugar se acerca bastante a las fantasías universales.

Como en una isla desierta

Toda vez que marcho hacia el oeste, lo normal sería que me dirigiera hacia el archipiélago de Bocas del Toro, a contemplar las casas alzadas en pilotes sobre el agua, ver las aves lanzándose desde los farallones, admirar los rompientes de coral o bañarme en solitarias playas imaginándome que soy un Marooned, alguien abandonado a su suerte en una isla desierta -aunque tenga el chiringuito a tres pasos.

Pero esta vez la cabra tira al monte y enfilo hacia la provincia de Chiriquí. Tierra de valles esmeralda, embravecidos ríos y dominada por la cordillera de Talamanca, desde la que se despeñan los arroyos y cuyos bosques tropicales están envueltos en una eterna niebla de la que surgen milagros espontáneos como el arco iris. A su capital, David, se llega por la carretera Interamericana; un lugar amable que dispone de todos los servicios de la capital, en una zona en la que se cultiva el mejor café del país y donde uno puede visitar sus bulevares junto a los numerosos ticos que llegan de Costa Rica para hacer compras -está todo más barato-. Y de aquí gobierno en dirección norte, hacia Boquete, un pueblo agradabilísimo, cuidado y lleno de flores, repleto de sitios donde tomar buenos jugos en una tierra ubérrima donde las naranjas y las fresas se dan a patadas. Sin embargo, como buen cafeinómano, me voy directamente a la planta de procesado del Café Ruiz. Ciertamente, yo sabía por qué venía: el café de Boquete es probablemente el mejor del mundo. En la planta, tras la recolección del grano dorado, se tuesta y empaqueta, y el aroma de los granos en la mano, su profundidad, su intensidad, y más tarde su sabor en la taza es una de esas experiencias que me recuerdan el ideal platónico de que educar es dar al cuerpo y al alma toda la cantidad de belleza de que es susceptible. Y yo con el café soy muy platónico, se lo aseguro.

En Boquetes hay un par de opciones interesantes: una es acercarse hasta la colindante aldea de Caldera, una sucursal de Islandia en Panamá debido a sus manantiales termales, y en la que también podemos disfrutar de unos curiosos petroglifos precolombinos; otra es seguir el sendero que les llevará hacia la cima del volcán Barú, el pico más alto del país. Los que tengan más tiempo o dinero o ganas de aventura pueden visitar el pueblito de Volcán, las granjas de Bambito o el valle de Cerro Punta, un lugar fantástico con una abundante cabaña ganadera y suculentas plantaciones de fresas, arándanos, frambuesas y piñas que son la base de los suntuosos zumos nacionales. De momento, yo me quedo con mi cafelito, oscuro y sabroso, sentado por acá, procurando olvidarme de todo. A veces ha de librarse uno del peso de lo que sabe para disfrutar de ciertas cosas.

Aunque sea por un instante.

» Ignacio del Valle es autor de Los demonios de Berlín (Alfaguara).

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Un viaje histórico por una ciudad pujante que albergó a grandes personalidades del mundo y cuya fortaleza es uno de los conjuntos monumentales más destacados del paísVídeo: CANA VIAJAR

GUÍA

Datos básicos

» Prefijo telefónico: 00 507.

» Población: unos 3,4 millones de habitantes.

» Moneda: se utiliza el dólar estadounidense (un dólar equivale a unos 0,76 euros).

Cómo ir

» Iberia (www.iberia.com) vuela a Ciudad de Panamá desde Madrid con una parada técnica; ida y vuelta, a partir de 843 euros.

» KLM (www.klm.es). Ida y vuela a Ciudad de Panamá desde Madrid, con una escala, a partir de 847 euros.

Información

» Turismo de Panamá (www.visitpanama.com). Ofrece un listado de los touroperadores locales, además de alojamiento y otras informaciones útiles.

» www.atp.gob.pa.

» www.panamaturismo.com.

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