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Crítica:EN PORTADA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mirar bien

La nueva novela de Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos, no trata de la guerra civil española. No exactamente de su inhumano transcurso. Trata de la atmósfera moral, psicológica e ideológica que la preparó con letal puntualidad. De los meses anteriores a la sublevación, llena de muertos simétricamente alineados en un bando y en el otro, como si se estuvieran preparando minuciosamente para la borrachera final de dolor y sangre. Pasa con todas las guerras, las grandes y las pequeñas, las lejanas y las que casi te rozan. Pones el afán analítico en el corazón de la tragedia colectiva y pierdes de vista los nefastos prolegómenos que la hicieron posible. Sólo la euforia guerrera que precedió a la Primera Guerra Mundial, esa atmósfera de heroicidad autodestructiva que prendió en miles de ciudadanos europeos meses antes, sólo conociendo esas circunstancias ya tenemos suficiente para saber que esa conflagración terrible era inevitable. Cómo iban a evitarla los mismos que la jaleaban antes de que estallara. Resumiendo mucho, éste es el eje temático de La noche de los tiempos. Con todas sus pavorosas consecuencias humanas.

La noche de los tiempos

Antonio Muñoz Molina

Seix Barral. Barcelona, 2009

958 páginas. 24,90 euros

Pero como éste no es un documento histórico, aunque mucho tiene que ver con la historia, necesario es que definamos para el lector algunos de los presupuestos narrativos sobre los que se soporta. Entre otras cosas porque pocas veces va a encontrar el lector una estructura novelesca tan bien trabada (o inspirada, palabra que el mismo autor no atina a rechazar, como ha dejado claro en alguna disertación sobre el hecho literario), tan atenta a los menores detalles descriptivos (del espíritu y del cuerpo), rigurosa en el uso del punto de vista, omnisciente pero a la vez con una multiplicadora capacidad de perspectivas (con esa misteriosa voz en primera persona que irrumpe cuando menos se la espera, pero tan necesaria) y tan generosa en el despliegue de las digresiones, una de las bazas narrativas que tan bien gobierna siempre Muñoz Molina y que no pocas veces injustamente se le ha reprochado. Pues bien, cuando en una oportunidad al autor se le preguntó qué es contar bien, él contestó que es "fijar y transmitir con las palabras una experiencia muy concreta". Y terminaba que para contar bien hay que mirar bien: "Mirar también significa escuchar". El dibujo del arquitecto Ignacio Abel, inserto en el Madrid (algo del superviviente Madrid de Galdós) que va del triunfo del Frente Popular a pocos meses más tarde de la asonada franquista, indica la mirada exacta que Muñoz Molina ha echado sobre uno de los periodos más negros de la historia española. El ejemplo del que ha mirado bien. A esta mirada le acompaña también (salvando sobre todo la figura de Juan Negrín) otra desmitificadora, en la que no quedan muy bien parados figuras señeras de la vida intelectual y política de la época. El dibujo que entrelaza una historia amorosa con el fragor de la historia política española, ya puesto en funcionamiento en otras novelas suyas, como El jinete polaco, acota el territorio de los sentimientos del protagonista, una isla estéril que no logra, más bien todo lo contrario, disminuir ese dolor intransferible del que ha perdido un amor, un país y unos ideales. En un artículo sobre Rafael Chirbes, el autor de Plenilunio, comentaba uno de los fundamentos estéticos de Benito Pérez Galdós. Decía que para éste el hombre siempre lleva consigo su novela. Contarla no es sólo un empeño técnico, sino una decisión moral, ponerse en el lugar de los otros. La noche de los tiempos es el ejemplo estético más relevante de lo que puede hacer una novela por sí misma y por el género. Y además, de lo que puede hacer por mirar y escuchar sin rencor y sin miedo.

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