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AL CIERRE
Columna
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Héroes urbanos

Conocí a Enric hace casi un año, cuando su precariedad llegó hasta tal punto que terminó convirtiéndose en un neoindigente. Él me ha permitido durante este tiempo documentar su lucha cotidiana y la de otros héroes urbanos que sobreviven en Barcelona sin un céntimo en la bolsa.

En la pasada primavera, Enric cayó en una brutal anemia como consecuencia de no comer. En ese entonces acudió a los servicios sociales del Ayuntamiento y le dieron un pase para dos meses más tarde. Si Enric hubiera esperado ese tiempo, estaría muerto. Desde entonces, rehúye a los servicios públicos y ha tenido que mendigar alimento en distintos puntos de la ciudad. A veces, caminaba 30 kilómetros para desayunar en una congregación religiosa y cenar en otra, pues un tipo en su situación, tampoco recibe transporte gratuito.

De toda la cadena de infortunios que originaron su caída, quizá, la peor es pertenecer a una familia burguesa: "¿No sabes cómo es la burguesía catalana? Al fracasado le dan la espalda. Para ellos no existo".

Dormir interminables noches en la calle sin lograr conciliar el sueño es para enloquecer a cualquiera. Enric lo sobrevivió, pero durante el verano, comenzó a incubar un odio descomunal. A veces, le urgía el deseo de increpar a políticos que salían de caros restaurantes o entraban en autos lujosos a palacetes medievales del barrio Gòtic: "¡Bola de saqueadores! ¡No os ganáis lo que coméis! ¡Parásitos! ¿Qué nacionalismo defendéis? ¡Cataluña ya no es un país oprimido! ¡El hambre es nuestro enemigo!".

Llegó el otoño y me gustaría describir en estas líneas cómo Enric finalmente logró desempolvar su corbata Salvatore Ferragamo que aún guarda en una caja de cartón y regresó a ser el gerente comercial que era antes, pero a sus 55 años, no ha recibido una sola respuesta de empleo. Sólo puedo contarle que, temporalmente, tiene donde dormir. Hace unos días subió a la montaña, ahí la madre tierra sí puede alimentarle y recolectó unos bellísimos camagrocs que cocinó salteados con puré de calabaza.

Ese pequeño y efímero instante, le devolvió el placer de sentirse un ser humano.

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