La caída del muro
¡Cómo pasa el tiempo! Hace ya veinte años de la caída del muro de Berlín y parece que fue ayer. ¡Qué tiempos aquellos de la Guerra Fría! Parecía que era el estado natural y eterno del género humano. El Berlín occidental era como un espacio acotado para el botellón y todo el mundo se preparaba para el holocausto nuclear. Ésa es otra: la bomba. ¡Qué miedo, tú! "¡Pues anda que tú!", contestaban desde el otro extremo del hilo del teléfono rojo. No había móviles, pero nos podíamos destruir todos solamente apretando un botón. Va a resultar que iban de farol, que tanta cabeza nuclear no había quien la pagase y que a los rusos les engañaron como a chinos con aquello de la Guerra de las Galaxias. El muro, visto lo visto, era para que no entrásemos nosotros y no para que no salieran ellos. Pero cayó un buen día de noviembre y allí se desparramó todo. ¡Toma cocacola, toma McDonald's, toma rock and roll! Adiós, Lenin, adiós.
Galicia tuvo su Guerra Fría y Franco seguro que intentó construir una bomba atómica
En Galicia también hay muros. Está el muro de la estación de Vigo o el del Pazo de Meirás, por ejemplo. Algunos sería conveniente tirarlos y otros no tanto. Los muros de contención, como el de Berlín, no conviene tocarlos no se vaya a hundir medio país. Si se tirara la muralla de Lugo (algo que ya a alguien se le ocurrió en su día) se caerían un montón de casas que la utilizan como cuarta pared: es una especie de teatro ciego o en el que el público son las piedras que espían la vida cotidiana de los lugueses de intramuros. Es la ventaja que tienen las piedras de Meirás. Ellas pueden ver todo lo que tienen, lo que dicen o lo que hacen los herederos de Franco. En vez de abrir las puertas del Pazo para que los ciudadanos gallegos visiten el territorio expoliado, lo que habría que hacer es abrir unos agujeritos en el muro para que podamos verle las bragas a la nietísima tal y como se las vieron las piedras durante todos estos años de Guerra Fría. Que Galicia también tuvo la suya y Franco seguro que intentó construir una bomba atómica aunque sólo fuera para pasearla en el Desfile de la Victoria y convertirse así en el primer gallego destructor de mundos.
Si es que somos muy de cierre de fincas y para eso inventamos la chapacuña, como el empedrado de la Plaza del Obradoiro u Obradeiro, que de ambas maneras se puede decir (o al menos eso afirmaba Julio Iglesias después de un lapsus descomunal tras cobrar el cheque del Xacobeo de entonces). Porque también tenemos muros horizontales, desde los petroglifos hasta el asfalto moderno pasando por las calzadas romanas. Nos protegemos así de lo que hay bajo tierra, de esos ancestros casi desconocidos que nos hablan desde las profundidades. Un cierre de fincas horizontal para impedir que salgan todos nuestros zombies o los paseados durante la Guerra Civil. Y es que Galicia tiene una orografía más jodida que otros sitios a la hora de desenterrar. Es ello porque también la orografía y los muros son mentales, están dentro de muchas cabezas: mejor no tocar el subsuelo, non vaia a ser o demo. A no ser que sea para hacer parkings, claro.
Levantamos muros permanentemente (el de la Cidade da Cultura es impenetrable) y diques para que el mar no se nos coma vivos. Los berlineses llenaron el suyo de graffitis, aunque es de suponer que sólo de un lado. Y aquí, como hemos alcanzado un altísimo nivel graffitero, ya podemos empezar a construir nuestro propio muro con nuestro propio Checkpoint Charlie, nuestro Checkpoint Pepiño. Habría que ver qué zona de Galicia se quedan los soviéticos y qué zona los americanos, los ingleses y los franceses. También podemos recuperar la construcción del Telón de Grelos que proponía la revista La Naval de los años ochenta. Se trataba de separarnos del resto de la península y ese Telón sí que no iba a haber nadie capaz de tirarlo.
Berlín celebra 20 años sin su muro. Nosotros no paramos de construirlos. Véase la avalancha de centros comerciales, inexpugnables zonas amuralladas sin ventanas. Cuando haya que demolerlos, tras la ruina que seguirá al despilfarro, podemos vender los cascotes como hicieron los berlineses con su monumento más famoso. Al menos sacaremos para brindar por la caída.
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