Privilegio de Uliana Lopátkina
De auténtico acontecimiento pueden calificarse estas representaciones del Programa Fokin por el Mariinski, y que, además sirve de colofón inmejorable a las celebraciones del centenario de los Ballets Russes de Serguei de Diaghilev. La principal singularidad, baile aparte, viene del foso: la orquesta del Mariinski está en Valencia y dirigida por el titular de su casa, Valeri Gerguiev, que no baja al foso a dirigir ballet más que en muy contadas ocasiones y siempre en su sede. Por otra parte, el ballet Mariinski en gira jamás acepta la presencia de estrellas ajenas a la casa madre, y esta vez han hecho justificada excepción con el cubano Carlos Acosta, primer bailarín del Royal Ballet de Londres y que aquí encarna el Esclavo Dorado en Schéhérazade. Acosta ha estado acompañado en las dos primeras representaciones por Uliana Lopátkina, figura muy importante del panorama global del ballet clásico de hoy, que asumía el papel de Zobeida, la favorita del sultán. Pocas veces se dice esto: es un privilegio ver a Lopátkina además de una delicia estética mayor.
BALLET MARIINSKI DE SAN PETERSBURGO
Chopiniana: F. Chopin; El pájaro de fuego: I. Stravinski; Schéhérazade: N. Rimski-Korsakov. Coreografías de Mijail Fokin; decorados y vestuarios: Alexander Golovin, Léon Bakst y Orest Allegri.
Orquesta del Teatro Mariinski. Director musical: Valeri Gerguiev. Palau de Les Arts, Valencia. 9 de noviembre.
Un segmento bastante reducido de las coreografías de Fokin han permanecido en el repertorio activo del ballet, no porque la historiografía coréutica las considere las mejores, sino por el avatar mismo del ballet moderno al que pertenecen, por las circunstancias de nomadismo, el gusto en determinados foros y sobre todo, por la funcionalidad espectacular. Fokin sigue siendo esencial, sus materiales están vivos y tienen el carácter indiscutible de lo patrimonial. Por todo ello, el Mariinski repone las coreografías de la Era Diaghilev con derecho propio y dotándolas de una motivación genética: casi todo salió de aquel teatro, y casi todos aquellos artistas legendarios se forjaron también allí. Chopiniana (o Las sílfides) es ligeramente distinta de la occidental en cuanto a sutilezas de estilo. Una versión no descalifica la otra, es probablemente parte de su esencia y del postulado fokiniano, en cierto sentido a su pesar. Chopiniana sigue siendo esa joya para abrir boca y programa que resulta la carta de presentación ideal, de un lirismo controlado y una distribución de acentos que terminan de establecer el neoromanticismo como revisión atenta del pasado, pero cuidando de liberarlo de cualquier amaneramiento.
Los de San Petersburgo han cuidado las producciones al detalle, han traído Pajáro de fuego y Schéhérazade a la estética de hoy en algunos detalles tanto de escenografía y vestuario, que no dejan estar conectados con los originales. En las coreografías está lo esencial, y objetivando que las maneras de bailar han cambiado ostensiblemente. Uliana Lopátkina está en su cumbre expresiva. Musicalidad, rigor interpretativo y una facultad innata para dotar a la pantomima de sentido vital, hacen de su actuación algo siempre elevado, irrepetible y rozando la perfección. Carlos Acosta se entregó a una explosión de virtuosismo que a la vez atendía a la plástica y al estilo. Acosta se ha visto influido por esa intensidad que caracteriza a los rusos, a quienes precisamente la plástica en la obra coreográfica preocupa como antaño.
Se puede seguir hablando de Fokin como inventor, generador de estructuras complejas de movimiento donde la lectura pasa por el armónico y la subrogación musical, de lo melódico a lo rítmico (y no a la inversa), buscando un equilibrio en el material obtenido, una consistencia que a su vez genera un estilo. Y no es baladí que en Pájaro... veamos un sustrato de Lago de los cisnes (lucha entre el mal y el bien, princesas encantadas, pájaro-mujer, príncipe con arco o ballesta). Lo que puede ser argucia de libreto Fokin lo convierte en lazo íntimo, dialéctica del género.
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