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Columna
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Ruido de cacerolas

Entre la espesa humareda que difumina el paisaje del bar de la esquina, los fumadores recalcitrantes, últimos vástagos de una raza en extinción, aguardan el momento fatal en el que serán expulsados de sus últimos refugios y rezongan contra las nuevas medidas que endurecerán la ley prohibiéndoles fumar bajo techado salvo en sus propias casas si cuentan con la licencia de sus cohabitantes. Los miembros de la tribu de los dedos amarillos esperan que el calentamiento global, del que son en parte responsables por sus insolidarias emisiones, les ofrezca un invierno clemente.

El café, en vaso, el periódico sobre la barra y el primer cigarrillo del día, un ritual imprescindible con el que se desayunan algunos parroquianos como don Matías, don por sus canas y célebre por sus toses cavernosas de bajo profundo que subrayan sus acerbos parlamentos. Don Matías suele comentar en voz alta los titulares del diario dando entrada al personal circundante y sembrando las semillas de la primera polémica matinal. Dentro de unos meses todos fumaremos en la calle y el frío, el viento y la lluvia nos mandarán al hospital con graves dolencias pulmonares que los inquisidores sanitarios achacarán al vicio de fumar. Tal es la cantinela con la que suele iniciar el día últimamente el patriarca de la heteróclita barra, pero hoy la audiencia no se muestra muy receptiva con el tema.

Es evidente que la presidenta se pone y nos pone en evidencia todos los días

En los corrillos tabernarios del domingo, más prolongados por ser día de asueto, sigue dominando el fantasma rubio de la Comunidad. La semana pasada, uno de los contertulios habituales presentó una moción para penalizar a todo el que pronunciara en alto el nombre de la lideresa, moción que luego intentaría retirar en vano cuando sus compañeros le advirtieron de que él iba a ser el primero en pagar la multa por triplicado porque en su propuesta había mencionado tres veces el nombre de la innombrable. No se puede evitar lo inevitable y es evidente que la presidenta se pone y nos pone en evidencia todos los días. No hay quien le ponga el cascabel a esta gata en celo permanente que afila sus garras en las primeras páginas de los diarios y propaga sus feroces maullidos en las ondas.

Que le monten una gestora si se atreven y yo les monto una cacerolada que lo de Argentina va a parecer cosa de aficionados. El lunes, las bravuconadas de la señora marquesa han trascendido de los corrillos del bar a otros dos foros de tertulias de la misma calle, en los que no se puede fumar desde hace mucho tiempo; he oído toda clase de comentarios entre la clientela de la farmacia y en la cola de la sucursal de la caja de ahorros de aquí al lado, un mentidero de lo más animado desde que se desató la batalla de Madrid.

Hace unos días, Fermín un empleado de la entidad, apoyado por algunos clientes, consiguió convencer a doña Remedios, veterana impositora, para que no retirara sus ahorros porque no había peligro alguno de que desaparecieran en el vertiginoso marasmo en el que se cuece la elección de un nuevo presidente para Caja Madrid.

Ni Nacho, ni Rodrigo, le merecen confianza a la dama, para doña Remedios, a la que secundan la mayoría de los clientes, el mejor candidato sería precisamente Fermín, que cuenta con una gran experiencia en el tema crediticio y financiero y es una persona amable y conversadora que nunca se olvida de preguntarle por la salud de sus hijos y de sus nietos, que le ha enseñado a manejarse con el cajero automático y que siempre la acompaña hasta la puerta desde que un día quedó atrapada en la celda acristalada de seguridad. Ese día doña Remedios se enteró de que padecía claustrofobia y lo contó en la farmacia donde fue a pedir un medicamento para tan extraña enfermedad.

En la caja, en la farmacia y en el bar donde recupera fuerzas con el café fuerte, negro y oleaginoso que preparan, doña Remedios ha iniciado una campaña para celebrar un referéndum entre los impositores de la caja y elegir democráticamente a su presidente. Su candidato es, por supuesto, Fermín. Y si se niegan, la cacerolada se la montamos nosotros a ella en la Puerta del Sol, arenga la indómita y provecta impositora que hasta hace poco se proclamaba aguirrista con reparos y hoy está hasta la coronilla. Así lo dijo, por lo visto, también en la peluquería, otro foro integrado casi exclusivamente por mujeres; la excepción es Iván que ejerce, con las tijeras o las tenacillas en la mano, el papel de moderador de la asamblea.

Los ecos de la cacerolada que aún no empezó también han llegado a los oídos de Chen, ciudadano chino afincado en las proximidades que piensa encargar para su bazar un pedido de cacerolas a un euro y se está asesorando sobre modelos y precios, no hace falta que sean de acero inoxidable, basta con que sean ruidosas y estentóreas como la presidenta misma, sublime estos días en su papel de Salomé pidiendo a Herodes Mariano la cabeza de Cobo el Bautista. Su danza de los siete velos oculta hasta ahora más de lo que enseña, pero si le falla la música de cacerolas que orquesta, muy bien podría encarnar a Lady Godiva, desnuda y a caballo por los vestíbulos y pasillos de Génova, 13.

Como verán no he mencionado ni una vez en el texto el nombre de la presidenta para que no me apliquen la ley de la barra.

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