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Columna
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Garzonflu

La epidemia de corrupción política sigue el curso previsto, según anticiparon todos los organismos nacionales e internacionales desde el comienzo de la crisis. La capacidad de contagio es muy alta aunque, al menos de momento, la tasa de mortalidad política continúa siendo muy baja. Los síntomas son muy conocidos, como todo el mundo sabe, por lo que resulta fácil detectarla: necesidad de trajes caros, al igual que relojes y coches de lujo, abundantes estornudos de ética y un deseo irrefrenable de visitar entidades bancarias en países lejanos y, a veces, aparecen también conversaciones telefónicas descaradas. Las medidas higiénicas recomendadas por los organismos de salud son las de costumbre en estos casos. Lavarse las manos con frecuencia y con mucha energía, resulta básico mantener las manos limpias, sobre todo porque casi siempre han estado en contacto con material contaminante como dinero, maletines o contratas. Airear muy bien los despachos oficiales y triturar convenientemente los papeles utilizados. De todas formas, la epidemia seguirá avanzando y se espera su pico más alto para finales de este año o principios del próximo.

En cuanto a los tratamientos, todavía no están muy claros y se limitan a mejorar los síntomas o simplemente a disfrazarlos un poco, como por ejemplo soportar los escalofríos delante de los medios de comunicación o poner en cuarentena a militantes infectados. El grupo de mayor riesgo son los políticos jóvenes, se supone que los mayores ya pasaron por epidemias similares y, por tanto, tienen cierta inmunidad y también saben disimular mejor los síntomas. Existe un medicamento, el Garzonflu, un anti-corruptivo que está demostrando bastante eficacia contra la enfermedad, pero debería emplearse en los primeros momentos de incubación, porque aplicado dos o tres años después solo tiene efectos redentores y no impide el contagio producido durante todo ese tiempo. Cerrar colegios, consistorios y espacios públicos resulta demasiado alarmista y no beneficiaría en nada a la salud social. Algunos ciudadanos están impulsando procesiones cívicas en favor de una mayor higiene democrática y eso resulta alentador, porque contribuye a contrarrestar el decaimiento y la depresión que se está extendiendo entre los valencianos todavía saludables.

La vacuna contra esta epidemia de corrupción tarda en llegar, aunque se intenta fabricar en distintas instancias públicas a base de nuevas leyes, mecanismos de control y transparencia administrativa. Pero existe cierto recelo hacia la industria de farmacología política y hasta algo de miedo por sus efectos colaterales. Mientras tanto hay que recetar mucho Garzonflu o cualquier otro similar, al igual que altas dosis de cultura política para que la sociedad genere suficientes anticuerpos contra este virus pringoso de la corrupción.

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