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Reportaje:

Una figura afianzada

El centenario del cantaor Antonio Mairena reivindica su legado flamenco

La celebración del centenario ha sido una ocasión inexcusable, pero cualquier otro momento podría haber sido igual de bueno para reivindicarlo. El magisterio, el legado artístico y el ejemplo vital de Antonio Mairena se muestran tan sólidamente vivos que no parecen tambalearse con el paso del tiempo ni con los inevitables cambios que con él llegan. Al menos así es para sus seguidores, que aún se cuentan por legión y que se confiesan orgullosamente mairenistas. Claro que también los hay de los que no practican esa confesión, pero se manifiestan menos y, por descontado, no se encontraban entre los ponentes y conferenciantes que han participado en el congreso celebrado en su memoria la semana pasada en Sevilla. Por eso, los fieles de Mairena, mayoría entre los más de doscientos inscritos que asistieron a esas jornadas, deben de haber salido de ellas con la fe tan fortalecida como lo ha sido la imagen del maestro de Los Alcores. Razones desde luego no les faltan.

Un congreso ha celebrado su memoria y labor de rescate de lo jondo
El artista sevillano escribió libros y fue Llave de oro del cante en 1962

Antonio Cruz García (Mairena del Alcor, 1909-Sevilla, 1983) ocupa por derecho un lugar de privilegio en la historia del flamenco, y es figura fundamental del tiempo que le tocó vivir. Por edad, y como artista, participa en la etapa de la ópera flamenca a la que terminaría criticando por su ausencia de jondura y profundidad. Efectivamente, el movimiento del que el cantaor Pepe Marchena fue cabeza visible había caído a finales de los cincuenta del pasado siglo en un manierismo claramente comercial. Surgen por ese tiempo iniciativas que habrían de marcar época como punto de inflexión para la recuperación y dignificación de un arte que se sentía en franca decadencia.

Entre ellas se citan las publicaciones del libro Flamencología de Anselmo González Climent (1955), la creación de la Cátedra de Flamencología de Jerez (1958) o el nacimiento de los primeros tablaos y de los festivales de verano. Antonio Mairena no sólo va a formar parte de ese movimiento crucial, sino que termina por liderarlo.

Como artista, toma conciencia de la importancia de un legado cantaor y se convence de su trascendencia, además de vincularlo con su etnia gitana: bien conocida es su acuñación de la fórmula "arte gitano-andaluz" para denominar al flamenco o la creación del concepto "la razón incorpórea", que también se relaciona con su responsabilidad étnica.

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Imbuido de ese afán de trascendencia, la carrera del cantaor se llena de acciones dirigidas a lograr la dignidad y el respeto para el arte que representa, una lucha que mantiene "de una manera casi enfermiza", según el investigador Luis Soler. Nadie pone en duda el tremendo valor de su labor de rescate y restauración de formas cantaoras que él fija, cataloga, conserva y difunde, por más que, en algunos casos, la procedencia de algunos de esos estilos de cante haya sido puesta en duda.

Pero el cantaor, aunque no de una manera considerada científica, otorgó origen y genealogía a esos estilos con un procedimiento algo críptico que él explicaba con el conocido símil del "hilito de oro" que había encontrado y con el que, tirando y tirando, confecciona el traje completo de un cante u otro. Hallazgos que bien podría habérselos atribuido, pero no lo hizo, todo fuera por la causa en la que creía.

La discografía de Mairena, calificada "ante todo, de coherente" por Soler, ofrece buenos ejemplos de su permanente lucha. Fue Llave de oro del cante en 1962, y también firmó junto al poeta cordobés Ricardo Molina, el libro Mundo y formas del cante flamenco (1963), un volumen que se erigió en "la Biblia" de aquellos años. A pesar de sus esfuerzos, se sabe que vivió sus últimos años preocupado por el futuro del flamenco y por el uso que de su legado hacían sus discípulos. Los que no han sido seguidores de su obra siempre le achacaron cierta frialdad y, sobre todo, algunas formas de soberbia o intolerancia. Contra ello, sus defensores alegan que "más que un cantaor discutido ha sido un cantaor envidiado" (Luis Soler) o que Mairena "sacrificaba cualquier valor a su ideal de perfección" (Ángel Álvarez Caballero).

Antonio Mairena, durante una actuación en 1973 junto a María <b><i>La Chicharrona </b></i>y Tía Juana <b><i>La del Pipa.</b></i>
Antonio Mairena, durante una actuación en 1973 junto a María La Chicharrona y Tía Juana La del Pipa.E. SÁNCHEZ

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