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Columna
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Ella apunta y todos disparan

Al principio iba por libre, como una llanera solitaria, como una mujer sin ley, haciéndose hueco en la feria a base de populacherías, gracietas en programas de televisión y alardeando de una candorosa ignorancia con su punto de inocencia. Pocos la tomaban en serio. Parecía la hermana tonta o la marujilla excéntrica metida a política. Incapaz de hacer daño, inofensiva a la hora de aspirar a los grandes banquetes del poder, con la ambición justita y asumible por los tiburones que merodeaban alrededor del césar Aznar.

Resultaba una minucia que se ponía en ridículo cada vez que aparecía en público, pero que a costa de salir, se iba haciendo simpática, cercana y ganando votos, que es lo que cuenta. Prometía cosas absurdas y fardaba de conectar con el pueblo llano. Ahora sabemos que era una fachada, una treta, un mero posicionamiento que a la larga ha resultado pura audacia. Toda una lección política con la que muchos hoy se tiran de los pelos al comprobar hasta dónde ha llegado.

Cada paso de Aguirre supone un quebradero de cabeza de la derecha
Gallardón se ha colocado hábilmente a resguardo del 'aparato'

Ni más ni menos que a las puertas de El Dorado. Hoy, cada paso de Esperanza Aguirre, cada declaración, cada gesto supone un verdadero quebradero de cabeza no sólo para el pobre Mariano, ya definitivamente hundido, sino para toda la derecha española. Sin saber cómo, ni cuándo ni a santo de qué, esos listos machitos que dominaban tradicionalmente el partido se la han encontrado ya de igual a igual, con los brazos en jarras, disputándoles el puesto. Hasta el punto de que hoy, ella apunta y todos los demás, en tromba, disparan.

¿A quién? Al, es un decir, líder. Desde que Rajoy perdiera sus segundas elecciones generales, el intríngulis del PP se ha disputado en clave madrileña. Gallardón se ha colocado hábilmente a resguardo del aparato para, poco a poco, ganarse la confianza de un partido que en realidad lo detesta y algún día dar el salto que le catapulte a La Moncloa. Mientras, Esperanza Aguirre, por otra parte y viendo venir a sus contrarios, marca el paso de la rebelión. Cada propuesta suya es una pura provocación con vistas a cargarse a sus jefes. Conoce como pocos sus debilidades, que son muchas, y ha decidido sembrar el caos.

Para ella es coser y cantar. Además sus enemigos la ayudan. El vómito de Manuel Cobo en este periódico le ha venido de perlas, sin ir más lejos. Uno menos. Y si no lo defenestran, se encargará ella de que quienes lo toleran, paguen. Son cosas que va trasluciendo con mensajes en clave mientras se va a presentar a los bailarines de Ullate en los Teatros del Canal y marca un paso a dos con una fresca. Después salen los de Valencia haciendo de su capa un sayo, con el pijo Costa al frente y los de Castilla y León saltando que con ellos no cuenten más. Para colmo, el fantasma de Aznar se les aparece con un mensaje de resonancias fachas en el inconsciente de los suyos. Toda una versión propia del Una, grande y libre: "Un partido, un programa, un líder". Muy bien.

De entre todos los obuses que Aguirre lanza contra Génova, el de Cajamadrid ha sido el más heavy. Pero cada día que pasa me lo tomo más a auténtica broma. ¿Alguien en su sano juicio pensó que ella realmente quería ver a Ignacio González como presidente de una entidad así? Uno no está tan seguro a estas alturas. Simplemente sabía que era el nombre que más iba a hacer perder los nervios a Rajoy. Y ella, no hay más que verla, goza cuando le ve naufragar. Lo flipa. Se ríe a sus anchas. De él y de todos los que a estas alturas del partido le han mostrado su soberbio desprecio. Al final, tragará con Rato o con María Santísima. No hay problema. Pero la juerga que se ha tirado estas dos semanas viendo cómo se derrumbaba todo al ritmo que marcaba, poniendo el ojo antes que la bala, ésa no se la quita nadie.

De paso, además, se ha reído de la oposición a dos papos. Lo grave es que en su día y con un pacto bajo cuerda, los que sí vieron a Ignacio González al frente de Cajamadrid fueron los actuales cracks del PSOE madrileño. Por poco se la clavan. A Tomás Gómez se le notaba tan contento. ¿Ignacio González? Muy bien, hombre, muy bien. Perfecto. ¿Qué nos dais a cambio? Con esa forma de avenirse con el diablo luego lloran y se hacen cruces pensando qué es lo que les aleja del poder en la comunidad. La respuesta no está en el viento. La tienen delante de sus narices: vosotros mismos, pardillos, vosotros mismos.

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