La guerra de los seis años
Esperanza Aguirre dirige la Comunidad de Madrid con mano de hierro desde 2003. Ha extendido su influencia y ha acumulado tanto poder como para desafiar al propio Mariano Rajoy
Si hubiera que poner una fecha al nacimiento del imperio político de Esperanza Aguirre, sin duda podría ser la tarde del 7 de julio de 2002. Ese domingo, Aznar convocó a Alberto Ruiz-Gallardón al palacio de la Moncloa. El entonces presidente del Gobierno lo condujo a su despacho y le propuso que se fuera al Ayuntamiento de Madrid. Gallardón había ocupado durante ocho años la presidencia de la Comunidad y este paso atrás no entraba en sus cálculos. Pero en aquellas épocas el jefe mandaba con puño de acero. Asegurada la capital, sólo faltaba saber quién podría competir para conservar el poder en la región. Consultado sobre el asunto, Gallardón deslizó el nombre de Esperanza Aguirre. Quizá porque sabía que Aznar ya la había incluido en su lista, o porque consideraba que no le resultaría difícil de manejar. Aquella decisión cambió para siempre el futuro de su partido. Desde entonces, la historia de la política madrileña se ha convertido en escenario de batallas donde uno y otro han medido sus fuerzas. Hasta ahora, Aguirre siempre ha ganado los pulsos y ha extendido, palmo a palmo, su influencia hasta acumular el poder necesario para desafiar a Mariano Rajoy. Ésta es la historia de la conquista de su poder:
La oscura traición
Esperanza Aguirre afrontó sus primeras elecciones a la Comunidad de Madrid con tan sólo un puñado de asesores. Aznar se los había cedido para que cambiara la imagen de política atolondrada que se había ganado por culpa del programa Caiga quien caiga. Su campaña carecía de la brillantez y de los apoyos que sí tenía Gallardón. Para compensar sus carencias inició un infatigable carrusel de viajes por casi todos los pueblos de la región. Su carrera electoral, calificada de caótica por miembros del partido, concluyó con la pérdida de la mayoría absoluta del PP en Madrid. Aguirre llegó a aceptar la derrota, mientras PSOE e IU se preparaban para gobernar en coalición. Pero el 10 de junio de 2003, dos diputados socialistas, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, se ausentaron del pleno de investidura que iba a forjar un Gobierno de izquierdas presidido por el socialista Rafael Simancas. El suceso, de consecuencias telúricas, se zanjó cuatro meses más tarde con unas nuevas elecciones que encumbraron a Aguirre a la presidencia del Gobierno regional. Atrás quedó una oscura comisión de investigación para aclarar una traición, que vino a llamarse el Tamayazo, y en la que durante dos meses se habló de promotores inmobiliarios, suites en hoteles y guardaespaldas pagados por empresarios vinculados al PP. En medio de todo, un capítulo que separó para siempre a Aguirre y Gallardón: durante la comisión en el Parlamento madrileño, Tamayo insistió en declarar para explicar su abstención. Mientras lo hacía, toda la bancada socialista se levantó y se marchó. También se ausentó Gallardón. Aguirre nunca le perdonó.
El asalto al partido
Una vez conquistado el Gobierno de la Comunidad, Aguirre se propuso controlar el partido. Hasta entonces, Pío García-Escudero había sujetado las riendas del PP madrileño. Durante 11 años fue una solución de consenso entre Gallardón y los partidarios de Rodrigo Rato y Aznar, mayoritarios en la región. Pero Aguirre tenía otros planes. En el verano de 2004 comenzó a filtrar que quería el mando del partido. Rajoy había cedido más poder a las organizaciones regionales y había encargado a García-Escudero el control del PP en el Senado. La presidenta madrileña quería aprovechar la oportunidad. Pero Gallardón intentaba conservar su hegemonía y frenar el poder emergente. Durante días se reunieron para buscar un pacto. Aguirre presidiría el partido, y Manuel Cobo, mano derecha del alcalde, sería el secretario general. Pero la presidenta consideró la oferta como un chantaje. El 13 de octubre de 2004, Aguirre asestó el primer gran golpe a Gallardón. Éste había amenazado con presentar a Cobo para enfrentarse a Aguirre, pero el vicealcalde ni siquiera logró los avales necesarios. La victoria de Aguirre fue aplastante. El alcalde midió mal sus fuerzas. Ignoró que Ángel Acebes, entonces secretario general del PP, apoyaba a su rival. De esa batalla surgió la frase atribuida a un dirigente popular: "A Gallardón se le admira, pero a Aguirre se la admira y se la quiere".
Control de medios
A Aguirre siempre le han obsesionado los medios de comunicación. Nada más alcanzar el Gobierno regional envió a su ex jefe de prensa Manuel Soriano a dirigir Telemadrid. Pronto arreciaron las quejas por "manipulación informativa" y "sectarismo". Varios directivos de informativos abandonaron la cadena por "presiones políticas". Los sindicatos (UGT, CC OO y CGT) han criticado duramente la gestión de la televisión. La plantilla se ha reducido en 200 profesionales y varios polémicos episodios sacuden su credibilidad. En el primer aniversario del atentado del 11-M, la dirección de Telemadrid encargó un documental. Una vez terminado, y antes de emitirlo, Soriano lo remitió a Sol, sede del Gobierno regional, con una tarjeta en la que se leía: "Ha quedado muy bien cinematográficamente e ideológicamente...". Bruselas ha investigado la actuación de la televisión regional tras una denuncia de los trabajadores. En enero de 2008, la cadena emitió un reportaje con cámara oculta sobre el coladero de inmigrantes en que se había convertido el aeropuerto de Barajas. Poco después se descubrió que todo había sido un montaje. Unas cámaras de seguridad grabaron a reporteros de la cadena abriendo la puerta por donde supuestamente se colaban los inmigrantes. La gestión de Telemadrid ha provocado más de 19 huelgas y tres apagones. Es la única televisión autonómica que se ha quedado en negro. Una encuesta realizada a principios de año por EL PAÍS concluye que la mitad de los votantes del PP considera que la cadena es partidista.
El duelo fallido
El 15 de enero de 2008, con su ejército bien armado, Aguirre volvió a desafiar a Gallardón. El alcalde había pedido a Rajoy que lo incluyera en las listas para el Congreso de los Diputados. El movimiento facilitaría el salto del alcalde a la arena nacional y lo pondría en primera línea de salida si Rajoy perdía las elecciones generales que se celebrarían tres meses más tarde. Pero en una tensa reunión, Aguirre amenazó con abandonar la Comunidad de Madrid si Rajoy se plegaba a la petición del alcalde. El asunto provocó la peor derrota de Gallardón, que llegó a amenazar con abandonar la política. La presidenta se había quitado a un rival de en medio. Una vez celebradas las elecciones en marzo de 2008, y consumada la segunda derrota de Rajoy, Aguirre creyó llegado su momento. Mientras pronunciaba una conferencia ante un nutrido grupo de dirigentes de su partido, sugirió que competiría con Rajoy por el liderazgo del PP. El presidente de los populares, sentado frente a ella, recibió perplejo el mensaje. Las hostilidades habían comenzado. Durante semanas, los hombres de Aguirre lanzaron duros ataques a la dirección nacional. Mientras, ella buscaba apoyos para desbancar al sucesor de Aznar. Ignacio González, brazo derecho de la presidenta regional, se convirtió en su ariete. Acusó al líder del partido de haberlo "descabezado" y se enemistó para siempre con él. Pero los barones regionales (Camps en Valencia, Feijóo en Galicia y Arenas en Andalucía) blindaron a Rajoy. En junio de 2008, Aguirre compareció en el Congreso del PP en Valencia tocada y con bajas entre sus huestes. A pesar de su amago, la líder no logró reunir los avales necesarios. Rajoy cortó cabezas, expulsó a los aguirristas de la dirección del partido, y ella hizo lo propio en su Gobierno regional. Las cartas estaban sobre la mesa. Desde entonces, ella se ha refugiado en Sol, sede de la Administración regional, pero no deja de soñar con la planta noble de Génova, 13, sede del PP.
Espionaje
a los críticos
Unas semanas antes del Congreso de Valencia, varios altos cargos del PP en Madrid fueron espiados. Casi todos ellos eran partidarios de Rajoy. Manuel Cobo y el ex consejero del Gobierno de Madrid Alfredo Prada, entre otros, fueron seguidos durante días. EL PAÍS publicó lo ocurrido en enero de este año. Las órdenes de seguimientos provenían de la Consejería de Interior de Madrid. El asesor de Seguridad de Aguirre, Sergio Gamón, había dirigido el departamento de donde procedían los espionajes, pero fue destituido tras verse involucrado en un turbio episodio relacionado con el robo de un ordenador. Aguirre no tardó en volver a contratarlo. La dirección nacional del PP abrió una investigación que fue cerrada en falso tras la promesa de Aguirre de crear una comisión sobre el espionaje. Al PP en la Asamblea de Madrid, controlado por la presidenta, le bastaron cuatro sesiones para dar carpetazo al asunto. Los populares pasaron la pelota a los tribunales con la confianza de que el asunto caería en el olvido. Pero un informe policial reveló que tres trabajadores del departamento de Gamón fueron "los autores de los partes de seguimiento". La denuncia que presentaron Cobo y Prada ha provocado la imputación de Gamón y sus asesores. Pese a todo, Aguirre ha quedado impune. Durante sus seis años de conquista ha hecho mucha sangre. Cobo sólo es una herida abierta, y el asalto a Caja Madrid, la última batalla, quizá la definitiva.
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