El difícil equilibrio de Tony Blair
Construir una política exterior de la Unión Europea exigirá contar con dos figuras fundamentales: un presidente y un alto representante. Uno de ellos quizá sea británico, pero no será el ex primer ministro
Haga lo que haga ahora la UE, tendrá inconvenientes. Si no designa a Tony Blair para ser presidente del Consejo Europeo, habrá una sensación de anticlímax. Si lo designa, habrá expectativas que no podrá satisfacer.
Hace unas semanas, en Washington, me encontré con que había un verdadero escalofrío de emoción ante la perspectiva de que Blair se convirtiera en el portavoz de Europa. Oí decir a gente, de dentro y fuera de la Administración de Obama, cosas como "conseguiría ver al presidente" y "entonces empezaríamos a creer que Europa está aclarándose". Lo mismo ocurriría en Pekín y Moscú. Se le quiere o se le odia, pero, en cuanto a nombre conocido y prestigio internacional, no hay otro candidato comparable.
Martti Ahtisaari, el ex presidente de Finlandia, cuenta con la categoría y la experiencia necesarias para el puesto
En conjunto, los inconvenientes de la candidatura de Tony Blair son mayores que las ventajas
Pero veamos qué problemas hay. Los conservadores británicos, que seguramente constituirán el próximo Gobierno, se han mostrado firmemente en contra de él, y su líder, David Cameron, ha ironizado sobre El Presidente. Los demócratas liberales, proeuropeos, han sido casi igual de vehementes, con las bromas de su líder, Nick Clegg, sobre "la superestrella política de dimensión mundial". Como sabe cualquier lector de The Guardian, gran parte de la izquierda británica está furiosa ante la perspectiva, sobre todo debido a Irak ("criminal de guerra", etcétera). También lo están muchos europeos del continente, sobre todo los que se opusieron a la guerra.
Y eso no es más que la mitad del problema. Aunque Blair contara con más apoyos políticos, en el Reino Unido y en el continente, seguirían existiendo grandes dificultades estructurales. Las atribuciones del cargo de presidente del Consejo Europeo son vagas, pero desde luego encajan más con las de un constructor de consensos que con las que los ingleses, y mucho menos los estadounidenses, llamaríamos propiamente de un presidente. Podría decirse incluso que presidente es una mala traducción del francés. No es un puesto ejecutivo; sólo están previstos un equipo de colaboradores y un presupuesto discreto. Cameron ha sugerido que el candidato que logre el puesto debería ser más como un presidente de un consejo de administración
[chairman, que es un presidente sin poderes ejecutivos] y ha enriquecido la lengua inglesa con un neologismo -chairmanic- que evoca imágenes de un enloquecido presidente Mao en el apogeo de la revolución cultural. Pero es verdad que tendría que ser así.
Además, este presidente, o presidenta, tendría la complicada tarea de presentar una política exterior europea que todavía no existe. El Tratado de Lisboa sólo crea las disposiciones institucionales para que, si los Estados miembros tienen la voluntad política de hacerlo, pueda nacer esa política. Por supuesto, hay que preguntarse qué va primero, si el huevo o la gallina. Precisamente porque todavía no existe, hace falta un peso pesado para crearla. Sólo alguien de la categoría de Blair podría convencer a jefes de Gobierno como Nicolas Sarkozy y Angela Merkel para que adopten una posición común. Sólo una figura como él podría unir fuerzas en Bruselas para crear un servicio exterior común, y hacer realidad las declaraciones.
Este argumento tiene dos fallos. Primero, da una importancia excesiva a los poderes de persuasión de un solo hombre o una sola mujer. Los grandes Estados europeos son hoy bastante pragmáticos y tercos a la hora de defender sus intereses nacionales. Alemania, Francia, Italia, España y Polonia lo hacen a través de Europa y en nombre de Europa; el Reino Unido está a punto de iniciar otro periodo cascarrabias y contraproducente de estar peleada con la idea europea; pero todos defienden sus intereses. Alemania no va a dejar que su relación especial con Rusia se vea perjudicada por un "presidente" de la UE, y el Reino Unido tampoco va a dejar que le suceda a su relación especial con Estados Unidos.
Esta figura decorativa podría ser, dentro de la Unión Europea, un defensor convincente de una política exterior europea más enérgica y coordinada, pero si pretendiera hablar ya en nombre de Europa en Washington, Moscú o Pekín, estaría prometiendo cosas que no podría cumplir. Para elaborar una política exterior europea creíble es preciso reforzar pacientemente la voluntad de tener dicha política en cada uno de los Estados miembros, especialmente en los más grandes. Eso supondrá varios años más de lo que Max Weber llamó "perforar a través de planchas gruesas".
También es necesaria, para dar a Europa una voz más fuerte en el mundo, una maquinaria que todavía no existe. Pero la responsabilidad de construir esa maquinaria no es del nuevo presidente, sino del nuevo alto representante para la política exterior y de seguridad. A diferencia del presidente, el alto representante, que es al mismo tiempo vicepresidente de la Comisión Europea, dispondrá de un gran presupuesto y un amplio equipo. Tendrá la difícil pero crucial tarea de fusionar a funcionarios y diplomáticos de dos burocracias europeas y 27 nacionales en un solo servicio exterior europeo, capaz de identificar los intereses europeos comunes y los instrumentos que tenemos para impulsarlos. En colaboración con el presidente de la Comisión, tendrá asimismo que establecer vínculos con los verdaderos motores del poder exterior europeo: la política de ampliación, la ayuda al desarrollo, el comercio, la regulación, la política de competencia, etcétera. Ahí está el meollo. Hablamos demasiado del presidente y no lo suficiente del alto representante.
Por tanto, en conjunto, los inconvenientes de la candidatura de Blair son mayores que las ventajas. Sin embargo, sería un desastre irse al otro extremo y nombrar a alguien como el luxemburgués Jean-Claude Juncker. La imagen que ofrece David Miliband de un presidente Blair que "detendría el tráfico" cuando visitara Washington o Pekín quizá no sea la manera más afortunada de defender la candidatura de su viejo jefe, pero una visita del presidente Juncker no pararía ni un carrito de la compra desbocado. Y eso es lo malo de casi todos los demás nombres de los que se habla.
Ahora bien, hay alguien que sí cumple los requisitos, aunque habría que esforzarse un poco para convencerle. Es Martti Ahtisaari, el ex presidente de Finlandia, mediador internacional de la ONU y ganador del Premio Nobel de la Paz el año pasado. Ahtisaari cuenta con la categoría, la gravitas y la experiencia necesarias para el puesto. Es un estadista que tendría una autoridad paterna sobre la actual generación de jefes de Gobierno de la UE. Sería un presidente excelente, sin tener nada que ver con un presidente de un consejo de administración. Le tomarían en serio en las capitales mundiales, sin que nadie sintiera que estaba acaparando la atención. Como copresidente del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, ya ha dedicado un par de años a reflexionar seriamente sobre cómo debería ser la política exterior europea.
Ya he señalado que sería fundamental combinar esa figura con un sólido alto representante. En este periodo inicial, un alto representante débil podría ser tan perjudicial como un presidente débil. Carl Bildt sería una opción magnífica, pero seguramente se ha creado demasiados enemigos, y como el secretario general de la OTAN es danés, quizá se consideraría un exceso de escandinavos.
Mi candidato favorito sería Joschka Fischer, un peso pesado que se dedica al pensamiento estratégico y fue ministro de Exteriores de Alemania. Podría hacer entrar en razón a Bruselas y le escucharían en el extranjero. Pero el alto representante tiene que ser miembro de la Comisión Europea, y Alemania acaba de nombrar a otra persona en ese puesto.
Eso deja como opción al ministro de Exteriores británico, David Miliband, que acaba de ofrecer uno de los argumentos más enérgicos y elocuentes en favor de una política exterior europea que he leído en mucho tiempo. Miliband dice que no es candidato, no está disponible y apoya totalmente a Blair como presidente. Yo interpreto que eso significa que quizá diría "sí" si Blair no obtiene la presidencia y la UE se lo pide con buenas maneras.
Es decir, el equipo ideal es Ahtisaari-Fischer. Y si no, Ahtisaari-Miliband.
www.timothygartonash.com Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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