Tratado de las pasiones del Poder
Ahora que las novelas históricas arrastran a la Historia por las mesas de novedades de las librerías de forma rastrera, pues ni son Historia ni son novela sino híbridos que encubren mucha precariedad y ausencia de talento, encontrarse con el relato (no novela) de los antecedentes y consecuentes de los hechos sucedidos el 30 de marzo de 1282, cuando las campanas de Palermo llamaron a vísperas, es un placer y una venganza contra la mediocridad. Ese día, en el que el corazón de los sicilianos estaba caliente, la actitud de un oficial francés que trató de cortejar a una mujer casada delante de su marido desembocó, al grito de "¡moranu li Franchiski!", en una sublevación popular que resultó ser el inesperado comienzo del fin del reinado de Carlos de Anjou.
Las vísperas sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII
Sir Steven Runciman
Nota previa de Francisco Rico
Traducción de Alicia Bleiberg
Revisión de Panteleimón Zarín
Reino de Redonda. Madrid, 2009
484 páginas. 22,50 euros
Sir Steven Runciman pertenecía a esa clase de historiadores ingleses (pensemos en maestros como Ronald Syme, cuya República Romana es una joya histórica y estilística) que aunaban un conocimiento exhaustivo de su materia, una cultura general amplia y abierta, una mirada selectiva y un noble estilo literario. Sus textos sobre La caída de Constantinopla, La civilización bizantina, el que nos ocupa y su Historia de las Cruzadas le convierten en un soberbio conocedor de la vida del mundo mediterráneo en un periodo turbulento y crucial de su historia. Las vísperas sicilianas se centra en la figura de Carlos de Anjou, coronado rey de Sicilia, el monarca más poderoso de Europa, su ascensión y caída y todo el mundo de intrigas y luchas que lo acompañaron.
El texto de Runciman posee limpieza, claridad y rigor; pero lo que admira igualmente al lector no especialista es la luz del relato. Runciman va siempre al meollo y por más que retroceda para tomar perspectiva o se entretenga en las complejas y retorcidas relaciones entre todos los personajes de la trama, cuenta con sobriedad y sin veleidades literarias, pero con sentido narrativo. Véase si no este comienzo de capítulo: "No pasó mucho tiempo antes de que el Papado descubriera la clase de hombre que había escogido como paladín", propio de la mejor narración de aventura; o este sobrio y eficiente retrato: "Carente de afectos familiares que lo dulcificasen, Carlos se convirtió en un joven que sólo contaba consigo mismo. Era alto y musculoso, con una tez cetrina heredada de sus antepasados castellanos, y con la larga nariz de los Capetos. Tenía un cuerpo sano y bien disciplinado, con toda la energía de su madre. Había recibido una buena educación y nunca perdió la afición al conocimiento ni el gusto personal por la poesía y las artes". Toda una propuesta de estilo que es el que conviene a todo el texto, de principio a fin.
El libro es todo un tratado de las pasiones del Poder y el retrato espléndido de una época sustancial de la historia de Europa volcada hacia el dominio del Mediterráneo. En él se narra a partir del lento declinar de la familia Hohenstaufen tras Federico Barbarroja, desde la ambición de Federico II hasta el enfrentamiento decisivo entre Manfredo y Carlos de Anjou por el afán de restaurar el mítico Imperio; ahí están la lucha por el dominio de Italia, los esfuerzos por anexionarse tierras por matrimonios o conquista extendiéndose hasta la misma Constantinopla, los acuerdos y traiciones..., y entre medias los formidables actores del drama que Runciman hace desfilar con precisión y competencia: además de los mencionados, san Luis, rey de Francia, los diversos papas, Alfonso X de Castilla, Pedro de Aragón... y los caballeros que los acompañan; aunque las dos figuras memorables que finalmente se elevan como los grandes personajes del drama son el mismo Carlos y Miguel Paleólogo. La de Runciman es una lección de cómo relatar la Historia ahondando hasta la médula sin perder de vista el conjunto del cuerpo, ni omitir lo necesario, ni dar cabida a lo accesorio. Todo tiene sentido y la narración fluye serena e implacable a través de un estilo que el profesor Rico califica de contenido en su prólogo y al que me permito redondear con el placentero calificativo de seductor.
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