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Columna
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Liderar el desconcierto

Todas las familias felices se parecen, pero las desdichadas lo son cada una a su manera. Claro que la señora madre de Leire Pajín es para Leire Pajín su señora madre, pero eso no justifica que diga tonterías como que la derecha la ataca por ser joven, mujer y socialista. Ele, el salero, que tanto nos remite a la reciedumbre explicativa de las alegres muchachas de la Sección Femenina. Y claro que hay que ver al señor Maluenda hacer de Ricardo Costa para saber que cualquiera puede hacer de Ricardo Costa, incluso que un Ricardo Costa cualquiera puede seguir haciendo de Ricardo Costa y alcanzar una consejería de lo que sea pese a ser precisamente Ricardo Costa. Por cierto que Carlos Fabra opina que a ese pollo le sobró una rueda de prensa, y eso lo dice por el morro un sujeto que no se ha distinguido por su fluidez comunicativa, tanto con la prensa como con la oposición política a la que tilda, a micrófono no tan cerrado, de hijos de puta hacia arriba, en una exquisita muestra de una esmerada educación de pago durante varias generaciones.

Aquí todo se parece cada vez más a ese juego de mesa que ya sólo se recuerda en Internet en el que se admitía pulpo como animal de compañía o barco como animal acuático en según qué condiciones, que por lo común coincidían con las más convenientes para el propietario del juego. El propietario del juego. Pero el juego ya no tiene propietarios, sólo frecuentadores de mayor o menor fortuna a la sombra de los banqueros. En vano Jorge Alarte tratará de persuadirse noche tras noche mientras se mira al espejo antes de irse a dormir de que es, efectivamente, el jefe de lo que queda de los socialistas valencianos, por lo mismo que la querida Carmen Alborch -volando voy, volando vengo- echa mano de su probada capacidad imaginativa para aposentarse en el Senado a la vez que hace como que compite con Rita Barberá por la alcaldía de Valencia, mientras de vez en cuando se da un paseito con González Móstoles para certificar una vez más el deterioro imparable de los barrios periféricos, una afición un tanto masoquista de la que se ignora hasta ahora su grado de efectividad, salvo que demos cancha a los malpensados de siempre cuando sugieren que esas visitas tienen como objetivo ver de cerca y desde la barrera lo que jamás habían frecuentado antes, con la vana esperanza de salir en los informativos de una esquiva Canal 9.

Iba a añadir, claro: con los políticos, ya se sabe. Pero me contengo. Porque no, con los políticos nunca se sabe, porque como están al servicio de esa entelequia que se llama servicio público, acaban por adoptar las argucias del taxista maleducado que, además, te sisa en la bajada de bandera.

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