Fábricas de arte contemporáneo
Takashi Murakami, Damien Hirst y Jeff Koons, entre otros artistas, crean conglomerados empresariales para satisfacer la demanda de sus obras
Una de las exposiciones más celebradas del artista japonés Takashi Murakami se titula ©Murakami. Toda una declaración de principios artísticos, pero sobre todo comerciales, de uno de los creadores contemporáneos más ricos del planeta. Si Velázquez, El Greco, Rembrandt o Rubens tenían en su época un taller donde los aprendices más diestros descubrían los secretos del oficio, ahora los Murakami, Damien Hirst, Jeff Koons u Olafur Eliasson dirigen fábricas artísticas en las que conviven diseñadores, físicos, arquitectos, químicos, estudiantes de bellas artes, contables, directores financieros... "Han convertido el concepto warholiano de factoría en un juego de niños que jugaban a ser empresarios. A Andy Warhol lo han dejado muy atrás", ironiza el abogado y coleccionista de arte contemporáneo Paco Cantos.
"Es una forma de entender el arte, al artista y el tiempo que vivimos"
"La total sumisión al mercado cuestiona el sentido de la creación"
Estos creadores tienen en nómina a decenas de trabajadores, que contribuyen a la producción indiscriminada de objetos artísticos. Murakami, por ejemplo, vende todo lo que uno pueda imaginar, y a veces más: camisetas, bolsos en edición limitada (esponsorizados por Louis Vuitton), pegatinas, alfombrillas para el ratón del ordenador, juguetes, pósters, fundas para teléfonos móviles... que se unen a la línea de producción más convencional de donde salen esculturas, pinturas, instalaciones, grabados y vídeos. Desde su antigua Hiropon Factory, cercana a Tokio, y su taller de Nueva York suministra a sus miles de compradores toda la mercadotecnia que necesitan.
Tanta es la demanda que ha creado un holding que engloba todos sus intereses. Se llama Kaikai Kiki Corporation y en él trabajan, en las oficinas centrales de Tokio, 50 personas, más otras 20 en el estudio de Nueva York. En la corporación (que ha terminado por engullir a Hiropon) cabe de todo, desde la animación al merchandising puro y duro pasando por la representación de artistas jóvenes (Rei Sato, Chiho Aoshima, Chinatsu Ban, Mahomi Kunikata, Mr. y Aya Takano). Incluso ha registrado personajes que luego vende, como Mr. DOB, un álter ego algo psicotrópico del ratón Mickey Mouse.
¿Y los precios de sus obras? Desde escasos dos euros a millones. Si se acerca estos días por la tienda de regalos de la Tate Gallery de Londres puede comprar por 1,96 libras (2,13 euros) una de sus flores sonrientes fabricadas en plástico, mientras que el año pasado Sotheby's vendió la obra My Lonesome Cowboy -una escultura de fibra de vidrio que recrea un personaje manga pospunki masturbándose, que utiliza su propio semen como enrevesado lazo- por 15,16 millones de dólares (10,26 millones de euros al cambio actual).
"Toda esta sumisión al mercado pone en entredicho el verdadero sentido de la creación donde originalidad y unicidad eran valores fundamentales", afirma Marcos Martín Blanco, uno de los principales coleccionistas españoles, que parafrasea a Eduardo Chillida: "Todo lo que es repetición no es arte sino industria".
Una precisión interesante la introduce la galerista Elba Benítez. "Hay que distinguir entre los artistas que fabrican objetos artísticos destinados a la mercadotecnia, que satisfacen una demanda, y aquella obra que llega al mercado sin necesidad de ella, sólo como respuesta del impulso creador del artista".
De impulsos y mercadotecnia está lleno Damien Hirst. El que fuera enfant terrible del arte británico ha hecho del mercado y de la producción masiva su peto y su espaldar. Sólo él es capaz de sentar en Sotheby's a todos los galeristas con los que trabaja -incluido Larry Gagosian, el marchante de arte más importante del mundo- y obligarles a pujar por las obras de un creador al que ellos representan. "Fue un momento histórico. El artista llevando su obra directamente a subasta. Una auténtica exaltación del mercado", reconoce Paco Cantos.
Hirst representa como pocos este nuevo artista a la vez marca y factoría. En 2005 creó la editorial Other Criteria destinada a la venta de obras de artistas emergentes, además de la suya propia. Con dos tiendas abiertas hace escasas semanas en el Reino Unido, acaba de desembarcar en Nueva York. En los anaqueles de esos establecimientos se pueden adquirir camisetas, grabados, libros, pósters, ceniceros, joyas, toallas de baño, platos... Todo vale.
El millonario artista británico ha construido un imperio cuyo epicentro es Science Ltd -su principal empresa de producción de arte-, dirigido por una de sus personas de confianza: Jude Tyrrell. A partir de Science se desbrozan una serie de estudios, cada uno encargado de una producción diferente. En Glengall Road, en la zona londinense de Peckham, se fabrican las pinturas de mariposas y sus famosas vitrinas de píldoras y, por ejemplo, en el de Newport Street, en el barrio de Lambeth, los óleos de lunares. Aunque el estudio principal está en el condado de Gloucestershire.
En total, unas 150 personas trabajan en su producción artística, aunque en los últimos meses la crisis le ha obligado a reducir plantilla hasta los 70 empleados. Lo singular es que quienes elaboran estos productos de lujo son en su mayoría otros artistas o estudiantes de bellas artes, que tienen que conformarse con un sueldo anual de unas 17.000 libras al año (18.400 euros), cuando los objetos que ellos mismos crean se venden por millones.
Este batiburrillo artístico-comercial le parece a Helga de Alvear, coleccionista y propietaria de la galería del mismo nombre, "un signo de los tiempos. ¿Acaso Arco este año no va de la mano de una feria de muebles de diseño?", se pregunta a media sonrisa. Efraín Bernal, director de la galería La Fábrica, templa gaitas: "No creo que estos creadores sean sólo una marca. Puedo tener una valoración artística distinta de cada uno, pero no hay duda de que todos han sido importantes en la dinámica del arte contemporáneo actual". O como dice Rosa Martínez, directora de la 51º Bienal de Venecia: "El artista es un productor cultural, un generador de signos y también un creador de objetos de lujo, que está dentro de la lógica económica de su tiempo".
Parece claro que, en opinión de las galerías y comisarios, la producción masiva no desvirtúa el valor del trabajo. "El arte es la vida y en la vida cabe todo", afirma la galerista Soledad Lorenzo. "La fama de ciertos artistas le ha llevado a convertir su obra en algo más mecanizado. Pero no estoy en contra. Es otra forma de entender al artista, al arte y al tiempo que vivimos", enfatiza Lorenzo.
Entonces, ¿el futuro del arte será este maridaje entre fabricación y merchandising? "Quizá llegue un día en que sea indiferente que los productos los fabrique un único individuo o una corporación. En el futuro la cuestión relevante será cómo articular el acceso masivo a los bienes culturales; es decir, la educación artística que permita dilucidar qué es gato y qué es liebre", concluye Rosa Martínez.
De Duchamp a Milli Vanilli
Una lectura muy precisa de la relación entre arte y producción la ha hecho también el creador estadounidense Jeff Koons. Un crítico ha dicho de él que su trabajo "tiene el mismo espíritu que el de Andy Warhol, Marcel Duchamp y Milli Vanilli". Un comentario que seguro poco importará a alguien capaz de vender en 2007 una escultura (Hanging Heart) por 23,6 millones de dólares o cuyo Puppy es la imagen que recibe al visitante en el museo Guggenheim de Bilbao.
Todo esto nace en Jeff Koons Productions Inc, su "fábrica artística". Situada en Manhattan, ocupa a 120 personas que se afanan en producir unas diez pinturas y diez esculturas (sobre todo de grandes dimensiones) al año. Eso sí, con un impecable acabado. El sistema con el que pulen el acero y el aluminio de las esculturas es una invención propia. Hay que justificar, pensarán algunos, los millones de dólares que cuestan.
Apartado del concepto de producción en masa, pero también parapetado en un abultado equipo de 30 personas (arquitectos, diseñadores, fotógrafos, ingenieros, artesanos...), el danés Olafur Eliasson -uno de los grandes de la escena creativa internacional- proyecta sus complejas obras bajo la fórmula empresarial Studio Olafur Eliasson. En este caso, a la gran demanda de su trabajo, debe añadir la enorme dificultad formal y técnica de las instalaciones de agua y luz que crea, que precisan de infinidad de trabajadores. -
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