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Columna
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Pandora y las cajas

La malsana costumbre greco-latina de relacionar a la mujer con el origen de todos los males se inicia con Pandora, primera de las féminas mortales que, según una primera versión del mito, fue enviada por Zeus como castigo a los hombres que le habían robado el fuego. Esposada con Epimeteo, portaba como dote la caja que contenía todos los males que, desde su apertura, nos acompañan: vicios, pasiones, y enfrentamientos. Caja que, parece, algunos quieren reabrir respecto de las cajas de ahorros.

Es mucho lo que la Galicia autónoma le debe a sus cajas de ahorros, así como a quienes, en los últimos años y desde su dirección, han hecho de ellas la opción preferida de la mayoría de los gallegos: su cuota de mercado representa aproximadamente el 57% del ahorro generado en Galicia, y el 53% de los créditos concedidos. En muy buena medida, la convergencia con las medias europeas de producción y renta que hemos experimentado en las últimas décadas se deben al funcionamiento de estas entidades, particularmente comprometidas con el apoyo a los proyectos empresariales gallegos, sobre todo desde que, en 1981, las instituciones autonómicas (dotadas de capacidad de endeudamiento) reorientaron hacia Galicia unos flujos financieros que tradicionalmente canalizaban buena parte del ahorro gallego a financiar proyectos empresariales en otros territorios.

En el ámbito político, la incidencia de las cajas provoca poco edificantes luchas por su control

Un servicio a Galicia también en su ingente obra social, consecuencia esta vez del peculiar régimen jurídico de unas entidades que operan eficientemente en mercados libres y abiertos (bajo el control de la autoridad monetaria); pero que, a la vez, dada su naturaleza fundacional y ausencia de carácter lucrativo, tienen la obligación legal de destinar sus "beneficios" a obras benéfico-sociales. Y sin olvidar que es la presencia de las cajas en el territorio la que evita la exclusión de muchos gallegos del acceso a los servicios financieros más elementales.

Pero las cajas, nuestras cajas, no son inmunes al entorno en el que operan; como no lo fueron en el pasado. Al igual que el acceso al mercado europeo condicionó la transformación del mercado financiero español desde mediados de los años 80, la actual crisis económica, originada precisamente en los mercados financieros, ha modificado el statu quo en el que operan las entidades financieras. Como siempre que las cosas se mueven, emergen los intereses particulares. Están, sin salir del ámbito financiero, los de los depositarios; los de los clientes; los de los gestores y también los de los trabajadores. Intereses que no siempre son compatibles entre sí, como la teoría del agente-principal demuestra y la experiencia reiteradamente evidencia.

En el ámbito político la incidencia social de estas entidades provoca (como en Madrid) poco edificantes luchas (por lo demás incoherentes con los principios del liberalismo económico) por el control de sus órganos de gobierno. La proximidad de las elecciones locales facilita los abanderamientos municipalistas.

Pero junto a los legítimos intereses parciales son perfectamente identificables algunos intereses más generales, que deberían integrar, en lo posible, a aquéllos. Unos intereses generales que hoy, en Galicia, y por lo que antes se expresó, pasan por dos condiciones inexcusables: su viabilidad económica como entidades eficientes que operan en mercados cada vez más globalizados; y el mantenimiento de la galleguidad de las cajas, garantizando su compromiso con el territorio. Para dar cumplimiento a estas dos condiciones, o somos capaces como comunidad política de integrar todos los intereses particulares en un único interés general (gallego), o esto puede acabar como la de Zeus.

En su segunda versión, Pandora porta en la caja todas las virtudes que, una vez liberadas, regresan a los cielos. Todas, menos una: la esperanza. Algunos, respecto de nuestras cajas, la mantenemos.

Pedro Puy es portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular

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