El hombre-burbuja
El artista catalán lleva 27 años haciendo pompas de jabón sobre los escenarios
-Y usted, ¿a qué se dedica?
-Yo hago pompas de jabón.
De profesión, "domador de pompas". Pep Bou (Granollers, 1951) ha respondido así muchas veces. Todas, desde hace 27 años, cuando decidió no ser más un aparejador: "Creo que nunca me interesaron las burbujas inmobiliarias", ríe. Todas, desde aquel 10 de septiembre de 1982 en que se subió al escenario de un pequeño circo de carpa en Tárrega (Lleida). Su actuación era a las dos de la madrugada, justo después de la de Tricicle. Un total de 200 personas vieron cómo salía un tubito de entre el telón cerrado, y de él una pompa que creció y creció hasta que se soltó e hizo su entrada estelar en escena posándose sobre una mesa iluminada. Un, dos, tres, cuatro, cinco segundos: una burbuja sola sobre el escenario. Máxima expectativa. Bou abrió la cortina y salió creando una pequeña corriente de aire que hizo volar a la pompa desde la mesa. Botó en el suelo una vez, dos, tres... y ¡plash! Estalló: "Ooooooh". Se rompió el hechizo.
Joan Brossa le dijo: "Tienes la mayor imagen poética en tus manos"
Era aparejador, pero pensó que tenía que crear algo frente al público
Sus creaciones son como la vida: cuentan que aquí estamos de paso
"Mi espectáculo no es infantil, es para niños mayores de 20 años"
Entre el público, un buen número de personas "de la cultureta catalana" y, entre ellos, el poeta Joan Brossa: "Tienes en tus manos la imagen poética por excelencia, no la dejes", le dijo, justo antes de darle un abrazo y de invitarle a comer a su casa. El principio de una gran amistad. El principio de un oficio.
"Mi infancia la pasé en una calle repleta de artesanos", cuenta Bou, desde la cafetería del Teatro Circo Price, donde está con su espectáculo Atmósfera, hasta mañana. "Había alpargateros, picapedreros, carpinteros y ebanistas, ceramistas, un señor que hacía vino y una fábrica de harina, todos en 200 metros de calle", recuerda. Y se ve a sí mismo, horas y horas de local en local, mirando cómo se hacían las cosas, fascinado.
Con el tiempo supo que "tenía que hacer algo que se crease delante del público". Pero antes de llegar a esa conclusión, por una carambola del destino, se metió en un curso de teatro en el barrio, hizo dos cursos de mimo (uno en Granollers y otro en Bélgica), estudió arquitectura técnica y ejerció como aparejador tres años, se dedicó a dar clase de geometría y dibujo en un centro de formación profesional de Granollers, se recorrió los teatros de todos los pueblos de Cataluña con un espectáculo de mimo contratado por la Obra Social de La Caixa, luego montó una compañía (Pa de Ral, Pan de Real en castellano) hasta que su acompañante se fue con Els Joglars y él se dedicó a hacer de cuentacuentos un tiempo.
"¿Qué hago?", dice que se preguntó llegado ese punto. Y un día un amigo profesor le contó que tenía un alumno que era muy mal estudiante pero que hacía una cosa muy bien: pompas. Decidieron ir a su casa y mientras charlaban con sus padres, Joan de Aro (así se llamaba el chaval), estaba en su mundo de pompas, haciendo una tras otra, retándose a sí mismo para hacerlas más grandes, para manipularlas mejor, para convertirlas en un gusano que parecía caminar por la mesa, para... "Lo hacía por puro placer, aquello le abstraía del resto del mundo, le creaba su propia burbuja, era fascinante mirarlo, y yo salí de aquella casa pensando: ahí hay un personaje", cuenta Bou, que muchos años después invitaría a De Aro a uno de sus espectáculos.
Fue así como encontró su oficio, se convirtió en un artesano de pompas de jabón, quedó hechizado por aquellas burbujas. "Están entre la realidad y el sueño, son casi inmateriales, casi ingrávidas, pero a la vez son pura física, son como espejos del entorno, pero no se pueden tocar y lo más importante: no se pueden comercializar, no se pueden vender hechas", explica.
Ahí radica, a su entender, la capacidad hipnotizante de una pompa, su poder para atrapar la atención, su ser tan efímero como intenso: "En cierto modo las burbujas son una metáfora de la vida, nos cuentan que estamos de paso y que quizá agarrarse no sirve de mucho", explica.
Y quizá por eso, también, Pep Bou defiende que su espectáculo, de algo más de una hora, no es infantil, "es para niños de más de 20 años", para niños que vean una pompa y no quieran explotarla, sino contemplar su vida y su muerte.
Agua, jabón de fregar platos (de los que hacen mucha espuma) en una proporción no mayor de un 5% y todo tipo de tubos y varillas, de artilugios y cacharros que permitan crear pompas redondas o planas, ésas son todas las herramientas. Luego sólo falta que el tiempo acompañe: que no haga viento y que el ambiente no esté demasiado seco. "El comportamiento de una pompa es impredecible", asegura. La magia de Bou radica en que vive junto al público el factor sorpresa que lleva implícito una pompa: nace y un, dos, ¡plash!, desaparece.
Atmósfera. Teatro Circo Price. Ronda de Atocha, 35. Entradas de 7,5 a 10 euros. Hasta el domingo 18 de octubre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.