Silleda pinta su memoria histórica
Una asociación vecinal promueve murales para reivindicar recuerdos colectivos
A lo mejor, dentro de 40 años, cuando cumpla 92, a Toño do Paulino se le da por pintar en una medianera a la intemperie la estampa de una moción de censura que muchos parroquianos no querían, o la alegría de un vecino que tuvo que cambiar de bar para tomar el café tranquilo después de ganar casi ocho millones con la Primitiva. Son escenas demasiado recientes, fresquísimas en la mente de todos, tanto que aún no están digeridas. En cambio, ya no todos los silledenses se acordaban últimamente de la fachada con tres arcos del cine Victoria, ni de la niña con trenzas que adornaba las botellas de gaseosa La Pitusa, ni de la señora Pilar, que repartía la leche por todo el pueblo en un cacharrito de zinc.
Olaia paga los trampantojos con lo que saca de la lotería de Navidad
La piqueta se cargó el cine en los 90; La Casera se impuso con el "pues nos vamos" de la tele; y el tetrabrick retiró a la lechera, que terminó arrumbando el cacharrito en su faiado de Outeiro. Al cabo del tiempo sólo persistían las imágenes en las cabezas canosas del pueblo, pero también en los viejos se estaban desvaneciendo, y a una familia, la de los Ares González, se le ocurrió que estaría bien fijarlas para todos: pintándolas en las paredes sin enlucir, los enormes lienzos de ladrillo que brinda a patadas la fealdad urbanística de Silleda.
"Son cosas de hace 30 o 40 años, y el dibujarlas es otra forma de hacer memoria histórica", explica Toño González Abal, también conocido como Paulino, ya que Paulino era su abuelo. Toño se define como "un artesano", pero está considerado por sus vecinos como "el artista local", porque lleva tiempo dedicándose a alegrar las plazas y las calles con sus relieves de cerámica vidriada, y ahora echa largas temporadas al aire libre pintando cada uno de sus murales de la memoria.
Toño no es un tipo corriente. Hasta que perdió el empleo trabajaba en el área de Cultura del Ayuntamiento y organizó la Semana do Humor y la Romaría do Rapaz. Los niños siguen jugando en el parchís de cerámica que por una de estas fiestas instaló en el pavimento. Cuando él y su mujer, Lucía Ares, tuvieron el primer hijo, fue Toño quien se empeñó en registrar al bebé con el apellido de ella por delante. No, Toño no es un tipo corriente.
Desde hace dos años, la pareja se empeña, como dice Lucía, "en arrojar luz sobre la grisura de un pueblo que no es nada bonito". Ella es vicepresidenta de la Asociación Veciñal Olaia y a las juntas ordinarias lleva las propuestas de su compañero en la vida. Si le dicen que adelante, que aún queda algo en el bote del dinero que ganaron en Navidad con las participaciones de la lotería, Toño (o quizás Paulino) encarga en una tienda de Vigo "la Golden", "la mejor pintura acrílica del mundo para hacer murales, que se está usando mucho ahora en Nápoles y Cannes".
Antes de todo esto los Ares González han tenido que elegir una esquina triste de las que tanto abundan, pedir permiso a los propietarios del inmueble y preparar un boceto, "que es lo que lleva más tiempo, incluso más que plasmarlo sobre el muro". Estos días, Toño pule la próxima propuesta, para una medianera gigantesca, pero no quiere dar pistas. El último trampantojo de los que pintó se inauguró a bombo y platillo, y nunca mejor dicho, porque tocó la banda juvenil del municipio. El mural reivindica el pan de Silleda, y representa a Magencio trabajando en el horno de su suegra, Carmen Aguirre. Cuando Toño era niño, todas las mujeres, "mientras los hombres dormían", iban de noche a cocer su pan a casa de la forneira. "Ella les abría la puerta a cualquier hora".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.