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Columna
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Ficciones

Supongan que el caso Gürtel nunca existió. Supongan que se trata de un argumento literario, un thriller donde, tras la elegante fachada de Correa y su señora, tan altos, tan elegantes, tan rubia ella, tan moreno él, asoma un bigote poblado en una cara de gesto torvo. ¿Les suena? El otro día me quedé pensándolo cuando la televisión me devolvió al crimen más apasionante de mi juventud, el asesinato de los marqueses de Urquijo, que ya entonces me pareció más digno de la ficción que de la realidad.

La sensación es aún más intensa porque aquí no hay cadáveres físicos, ni limpios ni sucios. Habrá, tal vez, cadáveres políticos, pero todavía no huelen. Lo que importa es la sospecha de que todos, de arriba abajo, están pringados, y por eso el PP navega desde hace semanas en una calma chicha donde nada se mueve. La realidad imita a la ficción, y yo creo haber leído ya la comida entre Rajoy y Camps, en un restaurante apartado, a mitad de camino, en alguna novela de espías de Le Carré. O en una de Hammett, de gánsteres. Si tú hablas, yo hablo. Si tú cuentas, yo cuento. Si tú haces, yo hago. Lo que yo tengo debajo de la mesa es más importante que lo que tú acabas de poner encima, y los dos lo sabemos.

Mientras tanto, Cospedal ha dejado de gritar para volver a hablar, y el adjetivo "contundente", una buena elección, ha sido reemplazado por otro, "drástico", demasiado teatral como para tomarlo en serio. Las palabras nunca son inocentes, y ya sólo falta una cabeza de turco. ¿Quién será? Quizás, la indolencia nacional, esa triste naturalidad con la que los españoles admiten que sus líderes roben delante de sus narices, la haga innecesaria. Si llegara a existir, tras unos meses entre rejas, el turco, angelito, será el miembro más popular de su partido. Y Camps seguirá pidiendo la dimisión de Zapatero. Ese final también lo hemos leído.

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